“¿Quién y qué eres?”, preguntó Ebenezer Kuczynski.
“Yo soy el fantasma de la Navidad pasada”…
Hiciste del “lujo” una broma, PPK. Los constantes errores pero, sobre todo, las indecisiones en tu gobierno pesaron más que todititos los currículos con doctorado de sus integrantes. Los tecnócratas en el Estado se convirtieron en una especie en peligro de extinción. Pusiste a varios de ellos a hacer política sin realmente saber cómo, y los demagogos con maña politiquera olieron la sangre. Ahora ni viceministerios aceptan. ¿Por qué lo harían? Quedaron tan desprestigiados. Cada vez que alguno siquiera se envalentonaba con la idea de entrar al aparato público, se desanimaba luego de conversar con un ex ministro, quien le contaba que aún tenía que coordinar con su abogado para responder a las denuncias de la contraloría o las investigaciones en el Ministerio Público.
Modificaste la Constitución, Pedro Pablo. Peor aun, la reformaste sin ley de reforma. Cambió fácticamente. Con tus mentiras e inexactitudes, le quitaste valor a la inmunidad presidencial y, en adelante, todo jefe de Estado deberá acudir a las comisiones parlamentarias investigadoras y a la fiscalía. El modelo presidencialista decayó. La idea, peregrina esa, de priorizar la continuidad del mandato presidencial y que el presidente solo pueda ser acusado por traición a la patria, impedir las elecciones o disolver el Congreso sin causal (artículo 117), previo proceso de acusación constitucional (artículo 100), quedó en desuso frente a la más pecaminosa infracción que algún político haya cometido jamás: mentir. Y la mentira –todo el mundo lo sabe ahora– es causal de vacancia por incapacidad moral permanente (artículo 113, inciso 2).
Legitimaste las comisiones investigadoras, Mr. Kuczynski. La Comisión Lava Jato había sido solo un circo, respetando la tradición de todas las comisiones parlamentarias creadas para el firme propósito de acosar a los rivales políticos, hasta que tocaron tu puerta. Decidiste no atender el llamado porque la Constitución te amparaba; pero obviaste el pequeño detalle de que sí ocultabas cosas. Que eso de que formalmente no tenías relación profesional o comercial con Odebrecht era una exquisitez que nadie iba a comprender o condonar cuando supieran de la existencia de Westfield Capital y First Capital, y todo tu “political capital” se desplomara. La incertidumbre que le hubieras ahorrado al país y a ti mismo si hubieras sido transparente desde el inicio.
Pusiste nuevamente de moda el autoritarismo, señor presidente… y creo que aún no te has dado cuenta. Que la mayoría del país haya estado de acuerdo con tu salida de la presidencia (57%, según El Comercio-Ipsos) y, sin embargo, también haya querido que disuelvas el Congreso (61%, de acuerdo a la misma encuesta) no es casualidad. La gente está harta. Esa romántica idea del equilibrio de poderes, de tensa pero amable convivencia entre un Ejecutivo y un Legislativo controlado por diversas fuerzas, expiró. Tú la hiciste caducar. Porque dialogar no es lo mismo que agachar la cabeza cada vez que tu interlocutor alza la voz y te pecha, pero al repetir la práctica tantas veces convenciste a todos de que el diálogo era imposible. Por eso, hasta varios de tus ministros te pidieron que renunciaras. Por eso, varios de los empresarios que antes te apoyaban guardaron silencio en tu hora más oscura. Porque, en el fondo, tal vez creían que unas nuevas elecciones eran lo mejor para resolver el entuerto y, para evitarse riesgos, seguramente apostarían por la opción más cercana a sus intereses que pudiera controlar Congreso y presidencia. Porque les importa menos quién empuje el carrito, lo importante es que la economía no se detenga.
“¡Fantasma!”, exclamó Kuczynski con la voz resquebrajada, “sácame de este lugar”.Actualización post-indulto: Convertiste al “business is business” en el lema de tu gobierno, PPK… y tu legado.