“Nos tenemos que autogobernar siguiendo nuestros principios del buen vivir”, ha sentenciado Verónika Mendoza el último sábado en Cusco, en un acto político de su partido, Nuevo Perú por el Buen Vivir.
Sugestivo término ‘buen vivir’ proviniendo de una persona del perfil de la excandidata. Si nos quedamos con el posicionamiento de izquierda ‘woke’ que buscó en las elecciones del 2016, uno puede especular que se trata de una agenda libertaria y progresista, cargada, eso sí, de un rígido intervencionismo en la economía en pos de la “justicia social” en el país.
En la práctica es lo que propugnan, por ejemplo, varias ONG del rubro socioambiental, marcadamente crítico de la inversión privada, especialmente en los sectores extractivos, agroindustriales y agroexportadores. Varias de estas entidades devinieron con el tiempo en organizaciones políticas, tanto en lo ideológico como en lo operativo, con alta influencia en el Ministerio Público, el Poder Judicial, entidades del Estado dependientes del Ministerio del Ambiente y en la Defensoría del Pueblo, solo para citar algunos casos saltantes.
En este caso, para los seguidores de la señora Mendoza, una persona de “buen vivir” que no tiene cargo directriz en estas organizaciones, se trata de hacer política bajo una perspectiva de izquierda, tanto desde el partido de mi agrado y/o desde la ONG que me emplea. Pero el concepto termina siendo mucho más amplio y literal si se trata de las cabezas de algunas de estas instituciones receptoras de cientos de millones de dólares por parte de la cooperación internacional en la última década.
Ya quisieran varias organizaciones de derecha o de centroderecha acceder al volumen de financiamiento con el que diversos operadores de izquierda se han beneficiado años atrás. Mucho más ahora, tras la judicialización y criminalización de los aportes de campaña de privados que forman parte de nuestra agenda política diaria.
“A quien Dios se la dio...”. Provecho.
O, más bien, ¿es que acaso “el buen vivir” al que alude la señora Mendoza está más asociado a su última experiencia de alianza con el gobierno de Pedro Castillo, los misterios de Sarratea y el blindaje político ofrendado al profesor y a su camarilla que, corrupción incluida, provocaron ceguera y mudez repentina en ella y en Mirtha Vásquez, Anahí Durand y el propio Pedro Francke?
En el sentido de que con el maestro “estábamos mejor que con Dina asesina” y, por ende, hoy toca abogar por la insurgencia.
Toda una incógnita.