¿Por qué el Perú no es un país rico? No digamos, ya, desarrollado, para no caer en discusiones conceptuales, sino simplemente rico. ¿Por qué el Perú no crece tan rápido como debería y la mayoría sigue en empleos precarios? Respuestas a esta pregunta, quizá la más elemental de la economía, hay de todos los sabores: por la falta de educación, por la corrupción, por la tramitología, por la política, por la falta de innovación, por la informalidad, un largo etcétera a gusto del analista de turno y de las herramientas que este tenga a la mano.
Todas estas perspectivas encierran algo de razón pero, a riesgo de ser tautológico y cortante, la respuesta es más simple: el Perú no es un país rico porque no es un país productivo. La habilidad de convertir suficiente esfuerzo, trabajo, tierras, capital y demás recursos en bienes y servicios valorados por otros es la única garrocha para salir de la pobreza y consolidar la clase media. No hay mucho más secreto en la economía que ese.
Siguiendo el razonamiento, cuando se dice que el Perú es poco productivo, lo que en el fondo queremos decir es que sus personas son poco productivas. ¿Y por qué somos poco productivos los peruanos en promedio? Aquí la respuesta se hace más difusa, pero se puede ensayar una buena hipótesis: somos improductivos porque la gran mayoría trabaja en empresas muy pequeñas y poco productivas.
Veámoslo así: 65% de los trabajadores peruanos están en empresas de menos de cinco trabajadores, muchas unipersonales, la gran mayoría informales. Estas microempresas –el taller de mecánica, la parcela agrícola o el puesto en el mercado– tienen en promedio una productividad equivalente al 6% de la productividad de una empresa grande. En México, país que enfrenta retos muy similares a los nuestros, el porcentaje es de 16%, y en países OCDE sube a 57% con respecto a las empresas grandes de esos mismos países. Entre las empresas registradas en el país, 97% son microempresas. El peruano promedio de hecho trabaja más que el europeo promedio, pero produce mucho menos. Si nuestro activo principal, las personas, permanece tan desaprovechado, con tan poco capital –físico y humano– disponible; si casi dos tercios de la población empuja día a día, hora a hora, emprendimientos tan poco productivos, ¿a alguien le puede sorprender que el Perú no sea un país rico?
Por supuesto que hay microempresas productivas, pero estas son la excepción. La mayoría son emprendimientos dictados más por la necesidad que por la idea original de negocio o la capacidad gerencial. Muchos emprendedores –quizá la mayoría– preferirían estar empleados con un sueldo fijo y más estabilidad, pero ante la ausencia de oportunidad levantan su propio negocio. Ello termina siendo poco eficiente para ellos y para el país en general. La narrativa que idealiza al emprendedor peruano es uno de los mitos más nocivos que aún tenemos arraigados.
¿Cómo enfrentar esta baja productividad y pitufeo empresarial? Hay dos vías que, bien entendidas, pueden avanzar en paralelo. La primera es elevar la productividad de las microempresas a través de mucho mejor acceso a crédito, a mercados, a condiciones de formalización, entre otros. Este, sin embargo, es el camino ya conocido, y que de hecho ha llevado a normas que justamente promueven la evasión, el enanismo y la improductividad. Las empresas formales más chicas pagan menos impuestos, tienen menos sobrecostos laborales, y se les demanda menos papeleo.
El otro camino –más rápido– es fomentar más contratación en empresas que ya son productivas, pagan buenos salarios y pueden ofrecer una línea de carrera clara. En Chile, más de la mitad de los trabajadores está en empresas grandes; en el Perú con las justas se llega al doble dígito. En un contrasentido, sin embargo, la política pública general carga de costos, rigideces y penalidades la creación de empleo en estas empresas.
La próxima vez entonces que nos preguntemos por qué no somos ricos, quizá no haga falta mucho más que mirar el tamaño de la planilla de la empresa en la que estamos.