IVÁN ALONSO
Economista
Habrían hecho un mejor servicio a la nación el ministro de Economía y la primera dama si, en lugar de tumbarse al primer ministro por aventurarse a declarar sobre un posible aumento de la remuneración mínima vital, se hubieran tumbado más bien a esta última. Con el tiempo florecería el empleo y miles de personas, especialmente aquellas con menos experiencia y menos calificaciones profesionales, encontrarían una ocupación mejor pagada que la que tienen actualmente (si la tienen).
No se ha terminado con el cambio de gabinete la discusión planteada por el ex premier, una discusión que era inevitable luego del aumento decretado para los ministros. Pero, independientemente de eso, si el gobierno ha de cumplir con las leyes aprobadas en otros momentos de euforia, este año debería revisarse el sueldo mínimo. La ley, en efecto, ordena que cada dos años se le haga un ajuste en función del crecimiento de la productividad.
Parece simple y además perfectamente lógico, pero el mandato de la ley encierra una cierta circularidad: la mejor manera de medir la productividad es mirando los sueldos que se paga en el mercado; pero lo que hace el sueldo mínimo, paradójicamente, es suprimir las señales del mercado.
Vayamos al capítulo sobre la determinación de los salarios en el típico libro de texto. Los salarios, leemos, se igualan al valor de lo que el trabajador produce. Imaginemos una línea de producción en la que diez obreros producen 500 llantas al mes. Si retiramos a cualquiera de ellos, la producción baja a 470. Quiere decir que la productividad de ese trabajador –su contribución a la producción total– es de 30 llantas. Si cada una se vende a 100 soles, le pagamos 3.000 soles mensuales, es decir, el valor de su contribución.
El libro de texto es clarísimo en lo que se refiere a los trabajadores que producen un objeto físico. La comisión tripartita seguramente puede recopilar información sobre la productividad física en distintas industrias, calcular un promedio representativo y determinar cuánto ha crecido entre una fecha y otra. Pero, preguntamos, ¿cómo se mide la productividad del asistente de compras, cuya contribución no consiste en producir ningún objeto, sino en bajar los costos? ¿Cómo se mide la productividad del contador que lleva los libros o del ingeniero que hace control de calidad?
No hay manera de medir objetivamente la contribución de muchas clases de trabajadores a los resultados de la empresa. Al interior de esta se pueden establecer ciertos indicadores de desempeño que, más o menos, deben verse reflejados en los resultados. Pero, al final, el empresario tiene que hacer una apreciación subjetiva del valor que generan para decidir qué sueldos está dispuesto a pagarles. Por eso, la mejor medida –y quizá la única válida– de la productividad de una clase de trabajadores, no en términos físicos, sino monetarios, es el sueldo que se le paga en el mercado.
¿Cómo podría, entonces, una comisión determinar el crecimiento de la productividad? Solamente mirando lo que el mercado está dispuesto a pagar. Aquí nos encontramos con un perro mordiéndose la cola. Porque el propósito de la comisión es evaluar la productividad de los trabajadores para saber cuánto debería pagar, como mínimo, el mercado; pero la mejor manera de evaluar la productividad es mirando cuánto paga el mercado en realidad.