Uno de los objetivos del presidente Kuczynski en su reciente viaje a la China era interesar a empresas de ese país para invertir en la construcción de fundiciones y refinerías en el Perú. La iniciativa ha sido bien recibida en los medios locales. Ya es hora de que dejemos de exportar piedras, han dicho algunos economistas: debemos exportar productos con valor agregado; metales refinados, en lugar de concentrados de mineral. Esta idea, sin embargo, necesita también refinarse.
Existe, efectivamente, eso que en las escuelas de negocios se denomina la cadena de valor. Los elementos sacados del reino animal, vegetal o mineral van adquiriendo más y más valor a medida que se transforman en el tipo de productos que consume la gente. El valor agregado no es sino la diferencia entre el valor de mercado del producto terminado y el del producto intermedio; o, si queremos fijarnos en otro eslabón de esa cadena, la diferencia entre el valor de mercado del producto intermedio y el de la materia prima.
La exportación de metales refinados reporta, evidentemente, una mayor entrada de divisas que la simple exportación de concentrados, que son básicamente montones de piedras chancadas de las que se han separado ciertas impurezas. Para producir una tonelada de “huaybas”, unas barras de cobre que sirven para fabricar alambre (wirebars) y que se venden, digamos, a 4,000 dólares, la refinería de La Oroya utilizaba cuatro toneladas de concentrados, que tienen un valor de mercado de 3,000. La diferencia entre una cifra y otra es el valor agregado en el proceso de refinación.
Pero esa mayor entrada de divisas no necesariamente se traduce en mayores ganancias. El proceso de refinación, así como agrega valor, también agrega costos. Hay que usar una enorme cantidad de electricidad para convertir los concentrados en huaybas. Hay que emplear mano de obra; hay que aplicar reactivos químicos; hay que remunerar y recuperar el capital invertido, que no es poco. La pregunta es si el valor que se agrega en el proceso de refinación es suficiente para cubrir esos costos.
No siempre conviene, por esa razón, exportar productos con más valor agregado. Si hay un proceso que puede ejecutarse a menor costo en otros países, el mundo no nos va a pagar lo que cuesta hacerlo en el nuestro. Históricamente el Perú no ha sido competitivo en la fundición y refinación de metales. No es casualidad que casi todos los concentrados de cobre, de zinc y de plomo que producen las minas peruanas se envíen a Europa o al Asia para ser procesados allá.
Por supuesto que las ventajas y desventajas de exportar productos más elaborados pueden cambiar con el tiempo. Quién sabe si ahora que estamos en un país más estable económicamente y tenemos un exceso de oferta de energía podamos agregarles valor a los minerales a un costo competitivo internacionalmente. Pero eso no lo va a decidir el gobierno. Al menos, no debería. Tienen que decidirlo los potenciales inversionistas sobre la base de su propia evaluación de costos y beneficios.
Nos parece bien que el Presidente anime a los inversionistas foráneos a echarles una mirada a las oportunidades que se les pueden presentar en el Perú. Mientras no se les ofrezca condiciones especiales, llámense beneficios tributarios, tasas diferenciadas, devolución de aranceles o energía subsidiada, nos parece muy bien.