Es posible que Dios esté en los detalles, como narra la literatura hagiográfica cuando describe a los santos hablando con pajarillos silvestres y acariciando las flores del campo. De lo que sí hay certeza es que el mismísimo demonio se esconde en los pliegues, en las nimiedades que arruinan los planes y en la minucia de la microrregulación que ahoga a nuestro país. Así en el cielo como en la tierra y, con toda seguridad, en las oficinas de la administración pública en todo el país.
Endemoniados son, en efecto, los requisitos menudos hilvanados en el tiempo por normas dispersas que piden un plano, una firma, un duplicado, un sello, una resolución. Cada dije de este collar trae su razonamiento y pretendida justificación. Pocos se pueden eliminar totalmente. Cualquier simplificación, por el contrario, exige análisis fino y microscópica intervención; un trabajo de hormiga.
No hay otra forma de avanzar en reducir la tramitología sino se involucra uno en el mundo de la nanorregulación. Porque la norma grande puede decir “se liberaliza el comercio de artículos de limpieza”, pero el formato del anexo 4 de la norma pequeña le exige el certificado del ente competente que garantice que la madera de los palos de escoba proviene de bosques renovables, está libre de la polilla de Sumatra y se ha fumigado con un agente fosforado de moderada toxicidad.
Precisamente por estar centrado en los detalles que hacen la diferencia, es menester, en consecuencia, saludar la promulgación el mes pasado del Decreto Supremo 003-2015 del Ministerio de la Producción. Una norma que facilita el trámite de importación de, entre otros bienes, los equipos de refrigeración y aire acondicionado, que no solo alivian el calor de las oficinas, sino que sostienen la industria de alimentos y la agroexportación.
Como puede imaginarse, el comercio de estos equipos está regulado internacionalmente porque los gases que emplean pueden ser potencialmente destructores de la capa de ozono. Pero la versión criolla de estos controles, a través de la Oficina Técnica del Ozono, había generado un trámite fatigoso que complicaba su comercialización.
Se ha eliminado ahora la absurda exigencia de presentar un certificado original emitido por el fabricante describiendo los equipos y el gas refrigerante que utilizan. Imagínese: usted traía de fuera un equipo de refrigeración y tenía que pedirle a General Electric que le mande un certificado firmado “en tinta viva”. Ahora basta una copia simple de la página de especificaciones técnicas del catálogo o del manual de operación.
Del mismo modo, se ha dispuesto que el trámite pueda realizarse de manera virtual y no presencial. Y, finalmente, se establece que si alguna autoridad necesita mayor información sobre los requisitos para la importación de algunos equipos especiales, deberá coordinar con Produce vía correo electrónico en un plazo máximo de dos días, sin obligar al importador a obtener pronunciamientos sectoriales sobre la normativa aplicable. Es decir, sin pelotearlo de un lado al otro como suele ocurrir.
En resumen: una pequeña gran norma, inteligente y acertada, que facilitará el movimiento de bienes que son imprescindibles para una industria de gran importancia y dimensión. Felicitaciones al ministro Piero Ghezzi por involucrarse en estos pormenores que destraban el quehacer económico de las empresas. “Pensamos en generalidades, pero vivimos en los detalles”, diría en este respecto Alfred Whitehead, el famoso autor de “Principia Mathematica”. A lo que Cantinflas añadiría, con idéntica erudición: “Ahí está el detalle...”.