La política, para muchos, es un campo de pasiones y no de razones. Por eso pueden defender simultáneamente posiciones que parten de premisas contradictorias.
Empecemos con un ejemplo conocido. Bastante gente dice aceptar los principios democráticos, pero tolera dictaduras que fomentan el modelo económico de su preferencia. Vean, por ejemplo, cómo muchos reaccionan frente a los gobiernos de Fujimori y Maduro. Ambos personajes violaron su Constitución y atropellaron derechos ciudadanos. Es común, sin embargo, encontrar grupos que condenan a uno de ellos por romper el orden democrático y violar los derechos humanos, mas no al otro. Ahí está, por un lado, el fujimorismo que dice que en Venezuela se hace terrorismo de Estado. Y, por el otro lado, al Frente Amplio de Izquierda, acérrimo crítico de la dictadura fujimorista que, a la vez, defiende al “gobierno democrático” de Maduro.
Otro caso es el de grupos que defienden libertades individuales solo en ámbitos con los que empatizan. Por ejemplo, muchas personas apoyan la iniciativa de la unión civil bajo la premisa de que todos somos adultos libres e iguales. En consecuencia, señalan, la ley debería proteger por igual lo que cada adulto decida hacer libremente con su vida de pareja. Sin embargo, a muchos el liberalismo se les acaba cuando se trata de decisiones ajenas sobre qué comer, dónde estudiar o qué leer. En estos ámbitos, varios quieren que el Estado trate al resto como incapaces que no saben elegir lo mejor para ellos. Digamos, regulando la comida chatarra, prohibiendo universidades que no cumplan determinados estándares o restringiendo las participaciones de mercado de los medios de prensa que venden “mucho” e “influyen demasiado” en la ciudadanía. Y, por supuesto, la cuestión también ocurre de vuelta. Hay varios fieles del mercado a quienes espanta cualquier intromisión estatal en su bolsillo, pero a quienes no les incomoda que el Estado se meta en camas ajenas.
¿Por qué el Estado me debería tratar como a un adulto responsable cuando se trata de mi vida sexual y de pareja y como a un niño en lo que respecta a mis decisiones de consumo, o viceversa? Si aceptamos la premisa de que todos, igualmente, somos adultos libres, ¿no se deberían respetar por igual todas nuestras decisiones personales al margen de si la mayoría las considera acertadas o no? Lo coherente sería que nadie pudiese decirle al resto qué hacer con su dinero ni con su sexualidad.
Un último caso. Muchas personas reconocen que es nocivo para una sociedad difundir estereotipos negativos de raza o clase. Pero a algunas solo les indigna cuando se trata de ciertas razas o clases, perdiendo de vista que la diseminación de todo prejuicio es dañina porque lleva a realizar negativos y falsos juicios de valor sobre el resto.
Hace un par de semanas escribí que el estereotipo de serrana ignorante difundido por la Paisana Jacinta es dañino, así como también lo es (aunque reconocí que en distinta medida) el de la pituca abusiva, drogadicta e ignorante que difunde la China Tudela. Varias personas me respondieron que el “racismo inverso” (el cual yo nunca insinué) es imposible. ¿Pero es tan difícil ver que difundir ideas como que (por decirlo con una frase setentera) una clase decadente “come de la pobreza” de otra produce resentimientos que hacen mucho daño y generan odio?
Para mal, qué tan socialconfuso o socialarcaico es su corazoncito, define las ideas políticas de muchos.