Si hace cinco semanas uno entraba a las redes sociales podía notar la simpatía que despertaba en muchos la decisión de Carlos Bruce de asumir públicamente su condición de congresista homosexual. Hoy acabo de ingresar a ellas antes de tomar un vuelo de madrugada y puedo ver que muchas de esas mismas personas insinúan cierta decepción. El detonante ha sido el debate del proyecto de unión civil para parejas del mismo sexo en la Comisión de Justicia del Congreso. Lo que ha trascendido es que Bruce habría llegado en las últimas semanas a un acuerdo con Martha Chávez para que el proyecto que se vote finalmente en el pleno tenga puntos en común con las principales demandas de las posturas adversarias. Lo que ha ocurrido, a juzgar por los comentarios que leo del mismo Bruce, es que el supuesto aliado ha pateado el tablero en la instancia final.
No soy ducho en vaivenes políticos y hay gente mejor preparada para explicarlos. Lo que llama mi atención es nuestra afición de convertir a héroes en villanos al menor pestañeo. En esa tentación no solo caen los diarios cuando se trata de futbolistas, lo hace el público con cualquier personaje en cuanto tiene un megáfono al alcance, y el megáfono de estos días son las redes de Internet. ¿Será que somos una sociedad mesiánica a la espera de ese ser sobrehumano que nos corrija la percepción que tenemos de nosotros? ¿Somos tan ingenuos de pensar que la aparición de un deportista, un artista o un político destacado bastará para cambiar décadas o siglos de conducta? ¿Será que preferimos caer en lo más fácil –creer en ciertos iluminados– para librarnos del horror que da asomarse al trabajo inmenso que toma transformar una sociedad? Quizá eso explique estas ilusiones súbitas y las aun más rápidas decepciones: una forma muy juvenil de ver la vida, porque ¿no son los adolescentes quienes más usan las frases “te amo” y “te odio”?
Entiendo el enorme desaliento que causan las trabas a la unión civil. Es mucho el tiempo transcurrido y tanta la desigualdad. Si en nuestras casas y escuelas la enseñanza del civismo dejara de lado la memorización de los símbolos patrios para dedicarse al análisis de nuestros deberes y derechos –sin la intromisión de la religión–, pocos peruanos dudarían de lo injusto que es que haya compatriotas que paguen los mismos impuestos que la mayoría y que no accedan a los mismos derechos. Y eso sin mencionar la noción básica y moral de dejarle a cualquier ser humano el derecho de encontrar sus medios de ser feliz. Es comprensible, pues, el resquemor súbito –imagino que temporal– de algunos defensores de la unión civil que hasta hace poco hablaban de Bruce como si fuera un titán. Pero recordemos que no lo es, ni tampoco se empeñó en parecerlo. Es un buen político, y todo buen político debe buscar acuerdos. La política implica negociación, aunque muchos la confundan con negociado. Si queremos buscar un adalid fuera de este mundo, lo más sensato será formarlo en las plazas, hecho de un millón de cabezas y dos millones de manos, que es como se tuerce a la larga a los políticos funestos, a esos que le cierran la puerta –y sin negociar– a las minorías.