Días previos a su presentación en el Museo de Arte de Lima, ayer por la noche, con el escritor Gustavo Rodríguez caminamos por el paseo de la Castellana de Madrid. Es temprano, es un día soleado y de aire frío. Tanto, que la gripe le ha afectado en decenas de entrevistas a cargo de periodistas españoles que anteceden a esta, ya con “Cien Cuyes”, libro ganador del Premio Alfaguara, bien leído. Casi siempre, las preguntas con las mismas. El autor limeño ha detectado algo evidente en cada comunicador de la península: la idea de Lima que manejan parece anclada en las novelas de Vargas Llosa o los cuentos de Ribeyro, aquella ciudad jardín tan distinta a la megalópolis de hoy. Y la duda le ha acompañado hasta iniciar esta conversación: ¿Hasta qué punto nos hemos distanciado Perú y España? ¿Cuánto nos hemos perdido culturalmente la pista?
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En Madrid, Valencia o Sevilla, en esas maratónicas sesiones de entrevistas, el escritor ha sido interrogado como un analista político, de quien se espera permanentes denuncias. Las preguntas ahora no pueden hacerle a Vargas Llosa se las formulan a él. Rodríguez siempre aclara que no quiere ser visto como un pontificador. Sus respuestas plantean más dudas que certezas, algo que busca también en su literatura. Y sabe que tendrá que aclararlo en cada país, en los doce destinos en América Latina y Estados Unidos que visitará hasta noviembre. “Lo haré con esa carga que suelen tener los escritores latinoamericanos: ser embajadores de su país y salir en páginas que no necesariamente son las culturales”, nos dice.
"Quizá esta novela, entre otras cosas, sea un homenaje a los mentores que he tenido desde joven".
-¿Un premio como el Alfaguara te cambia la vida o no quieres dejar que eso pase?
Por lo menos cambiará un año de mi vida, eso sí. Sé que va a tener consecuencias muy importantes, sin embargo, trato de no pensar demasiado en lo que va a venir. Soy muy planificado en el mediano plazo, pero nunca pienso dónde estaré en cinco o diez años. La única cosa que he planificado, y quizá el premio se deba a eso, fue dedicarle más tiempo a escribir y menos tiempo a generar recursos como comunicador. Conscientemente, fui recortando mis gastos, viviendo con menos dinero. Y fíjate tú, por invertir de esa manera mi tiempo, terminé recibiendo este premio y el dinero que conlleva. No sé cómo responder a esa pregunta. Es raro. Todavía lo estoy digiriendo.
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-¿Cuándo uno empieza a tomar conciencia real de que ha ganado el premio?
Cuando se concatenan ciertos detalles. Que te llegue un mensaje de Sergio Ramírez felicitándote, por ejemplo. O cuando alguien aquí te dice que “Madrugada” le encantó a Serrat y que le van a enviar “Cien cuyes” como regalo. Antes venía con mis libritos a España a ver si tentaba una presentación en una librería buena onda. Ahora me hacen una gira por todo lo alto y las librerías quieren que vaya. Cuando hago esas comparaciones, empiezo a tomar conciencia del premio. Esto se parece mucho a ser “Miss Universo”, y sé que se va a acabar pronto. No me puedo envanecer. Honestamente, siempre trato de pisar tierra.
-“Cien cuyes” está atravesada por múltiples definiciones de lo que es la vejez: “Envejecer es tener cada vez menos conversaciones”, o “a esta edad, la felicidad consiste en que nada te duela demasiado”. ¿Cómo fueron surgiendo esas reflexiones?
Quizá esta novela, entre otras cosas, sea un homenaje a los mentores que he tenido desde joven. Soy un autodidacta en todo lo que he emprendido, pero si me ha ido bien es gracias a que me juntaba con gente que me llevaba 20 años. Claro, cuando yo tenía veinte, ellos eran “viejos” de cuarenta. Y a estas alturas de mi vida, varios han fallecido y otros languidecen. Me imagino que esas frases provienen de años de conversaciones con ellos, de observarlos, de tratar de imaginarme qué será convertirse en ellos alguna vez.
-¿Escribir “en peruano” ha sorprendido a los periodistas españoles con los que has conversado?
Digamos que en los entrevistadores más ligados a publicaciones de entretenimiento ha habido esa pregunta. Yo les digo dos cosas: en primer lugar, que para mí abrir un libro es viajar a un lugar. Y cuando uno viaja, no le está diciendo a la gente “habla como en mi país”. En segundo lugar, después de tantas veces de haber leído libros españoles con la palabra gilipollas, “mandarles” un cuy me parece un intercambio más o menos justo.
-En “Cien Cuyes” el territorio limeño y sus claras ediciones están muy presentes. ¿Escribir es para ti como trazar un mapa?
Así es. Desde su planificación. Yo me considero un escritor mapa en la preparación de la historia, pero también un escritor brújula en el proceso cotidiano de escritura. Tiene de mapa porque yo he decidido circunscribirme al territorio que mejor conozco, y ese territorio es Lima. No me atrevería a escribir una novela situada en un espacio en el que no haya absorbido toda su sustancia.
"Incluir tantas películas en la novela me sirvió para darme cuenta de que hay manifestaciones de cultura popular que unen clases sociales y generaciones".
EL PERÚ Y SUS PROBLEMAS MAYORES
-Esta novela es la historia de Eufrasia y su extraña aventura: ancianos que le piden ser su “asesora” para partir al otro lado. Como en otros libros tuyos, está muy presente el protagonismo de mujeres que trabajan en el cuidado de las personas y de las casas, y que en nuestra sociedad clasista, resultan invisibles. ¿Instalarlos en tu literatura es una forma de reivindicarlos?
No es una reivindicación consciente. Quizás sea la respuesta a una curiosidad que siempre he tenido desde niño, cuando veía estas mujeres tan cariñosas conmigo. Siempre se dice de ellas que son “de la familia”, pero uno con los años se va dando cuenta de que hay una ambigüedad perversa en esa frase. Son de la familia mientras no se rebelen, mientras no pidan sus derechos…
-Mientras no resulten embarazadas…
En efecto. Si no se cumplen las reglas dictadas desde la superioridad, son desterradas. Desde pequeño sentí esa asimetría. No sé si en Perú hay una tradición literaria al respecto. Pienso en Arguedas y los débiles en su entorno, en Bryce Echenique y “Un mundo para Julius”. No soy el primero que muestra estupor ante esa situación. Eso sí: soy consciente de que la inequidad y la desigualdad en el Perú me obsesionan cada vez más y uso la literatura como herramienta para tratar de explicármelo.
-Tu novela desmonta muchos prejuicios ligados con la muerte y nuestra relación con los ancianos. ¿Cómo se vive la relación en el Perú con los mayores?
En el Perú la tienen más difícil. Primero, porque somos un país muy joven todavía. Y con tal mayoría, en los último que se piensa es en la vejez. De eso se desprende que los ancianos no son capital electoral. La agenda sobre su bienestar es lejana. Asimismo, somos un país sin una sociedad del bienestar. Los ancianos están supeditados a los caprichos o a la generosidad de sus parientes. Y eso es siempre una lotería.
-Desde el arranque de la novela, va cobrando fuerza como el tema del cine como medio para articular nuestra forma de ver la vida, para construir nuestras propias narrativas. ¿Pensamos en nuestras vidas como si viviéramos una película?
Incluir tantas películas en la novela me sirvió para darme cuenta de que hay manifestaciones de cultura popular que unen clases sociales y generaciones. Coincido en que el cine sirve para reafirmar nuestra identidad al identificarnos o proyectarnos con sus historias. Si eso se nota más en mis últimas novelas es porque ya le resté importancia a un miedo que yo tenía cuando empecé a escribir: en una sociedad conservadora como la peruana, la cultura respetable es la libresca. Con los años, me he dado cuenta de que considerar solo eso como cultura, y obviar la música popular o el cine comercial, es amputar una parte de tu sensibilidad. Creo que escribo novelas más interesantes desde que me acepté como alguien que se nutre tanto de la literatura tradicional como de la cultura pop.
-En tus novelas siempre está la idea de que la conciliación entre las clases sociales en el Perú es algo posible. No sé si eres demasiado optimista.
Optimista hasta la cojudez. Si en la realidad veo tan lejana la posibilidad de reconciliarnos entre peruanos de distinto origen y clase social, en mi literatura puedo hacerlo. Me permito soñar que esa realidad alternativa es posible. En esta novela, cuando todos estamos sujetos a la misma vulnerabilidad, dejamos de ver la piel para empezar a ver al ser humano.
MI SUEGRO, JACK
-Has tenido el valor de poner en tu novela a una persona real, en este caso a Jack Harrison, tu fallecido suegro, a quien también dedicas la historia. ¿Cuán importante resultó él para tu proceso de escritura?
Fue capital. Si yo no hubiera conocido a Jack Harrison, si no hubiera acompañado sus últimos días, tan dignos, no me habría sentido impelido a escribir esta novela con tanta urgencia. Con él avancé un gran tramo para la reconciliación con la figura del padre. Mi padre era alcohólico. Al final nos reconciliamos, tuvimos una despedida triste y dolorosa, pero amorosa también. Detestaba su alcoholismo, por lo que nunca me pude sentar con él para hablar de la vida. Y con Jack pude hacerlo. A veces, me quiebro cuando hablo de él.
-¿Él te enseñó el valor de asumir la muerte como algo elegible por uno mismo? Es la gran verdad de tu libro.
Sí. Antes de conocer a Jack yo ya creía que deberíamos naturalizar más la muerte. A raíz de la muerte de mi padre, decidí que mis hijas no deberían llevar un luto como el que yo llevé. Por eso desde que eran pequeñas les hablo de mi propia muerte, bromeo con ellas usando el humor negro como código. Pero me faltaba el ingrediente de la dignidad en la muerte al final de tus días. Y eso lo aprendí con mi suegro.
-Como crees que será tomada esta novela en el Perú, cuyas autoridades son tan reacias a un debate tan urgente como el de la eutanasia? ¿Somos un país con suficiente madurez para abordar el tema?
En el Perú no hablamos de la muerte con naturalidad, sino más bien como espectáculo. Por eso, hablar de la programación de la propia muerte parece una lengua marciana. Soy consciente de eso. Pero tengo la ilusión de que mi novela despierte en algunos lectores un sentido de empatía, para que no aparezcan comentarios tan inhumanos como los que recibió, por ejemplo, Ana Estrada cuando compartía su intención de morir con dignidad y sin dolor. Debería indignarnos que en nombre de una creencia forjada hace miles de años, se metan en nuestro lecho para decirnos cómo amar y cómo morir.
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-¿Cuánto la culpa religiosa nos impide reflexionar abiertamente sobre la muerte asistida?
Si la consideramos como miedo a un castigo. Cuando yo pienso en el niño que fui, a los 7 años, golpeándome el pecho y repitiendo “por mi culpa”. ¡Dios mío! ¿En qué sociedad perversa le inyectamos ese sentimiento a un niño totalmente inocente? Multiplica a ese niño por millones, y tienes una sociedad que piensa que decidir sobre la propia muerte equivale a ser castigado por Dios.
-El humor negro abunda en “Cien cuyes”. En la novela, en el hogar de retiro, los ancianos de 92 años son llamados “el club de la gasolina cara”. ¿El humor es el mejor lubricante para hablar de la muerte?
Es imprescindible. Siempre me ha servido para romper el hielo en temas incómodos. Siempre fui un chico tímido, que no sabía pelear, solamente leía. Si me salvé de ser el lorna del salón fue debido a que pude navegar con cierto humor, lo que me permitió tener la simpatía de mis pares. No hay ningún mérito en que use el humor en mi literatura, me sale naturalmente. Sin él, esta novela sería intragable.
-¿Tus personajes dicen querer envejecer tan bien como Jane Fonda. A ti cómo te gustaría envejecer?
Rodeado de mi familia y amigos.
-Vuelves al Perú tras esta gira abrumadora, a una realidad en que los textos literarios cada vez se leen menos. ¿Qué crees que está pasando?
Ya me pusiste pesimista. La primera vez que la palabra Perú aparece en letras occidentales, fue como parte de un contrato: dos empresarios españoles iban a sacar utilidades de este territorio. Creo que estamos signados a ver la vida en colectividad como un espacio para producir bienes y generar utilidades. Y dentro de esa conciencia colectiva, producir intangibles como la cultura está relegado, siendo lo que nos genera identidad y orgullo. Quizá si hubiera más fomento a este tipo de premiaciones, como ocurrió con la gastronomía en su momento, los peruanos empezaríamos a creérnosla. Ojalá hubiera más fomento desde el Estado para sentirnos orgullosos de nuestros creadores en todas las disciplinas. Pero lo veo difícil, sobre todo cuando estamos tomados por autoridades y políticos que confunden desarrollo con monetización.
-A propósito, el Ministerio de Cultura se comunicó contigo para felicitarte por el premio?
No.
Este viernes 31 de marzo a las 7:30pm Penguin Perú presentará en su Facebook Live el libro "Cien cuyes" de Gustavo Rodríguez, Premio Alfaguara de Novela 2023.
Acompañarán al autor: el escritor Alfredo Bryce Echenique y la periodista Patricia del Río. Podrá verse la presentación en línea aquí.
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