Mientras la vida en la ciudad se hacía más difícil, la pandemia me permitió vivir en un pequeño pueblo fuera de Lima. Allí vi que las familias del campo conservan tradiciones como las velaciones, el Día de todos los Santos y también hábitos que la ciudad ha perdido y que nos darían mucho bienestar si los imitáramos. Veamos.
El primero es la frugalidad en el gasto. Aquí la mayoría es dueña de sus casas y parcelas, y las mantienen bien, pero sin exagerar. Tienen la ropa y los muebles imprescindibles, que cambian solo cuando es funcionalmente necesario. Las modas cuentan mucho menos. Y si hay que divertirse, se hace a fondo, pero en fechas claramente determinadas.
El segundo es la adaptación a la naturaleza. A diferencia de la ciudad, aquí se come lo que la tierra da en su momento. Cuando es temporada de palta, yuca o tomate, se come eso, de manera abundante y a buen precio. Y si hay que cosechar en domingo, no importa, se descansa el lunes o cuando se pueda. Además, empiezan apenas amanece y terminan cuando acaba la tarde. Luego, un poco de conversación, televisión y de allí “al sobre”, siendo mucho más sabios en el uso de electricidad que los citadinos, que extrañamente hacemos casi todo lo contrario.
El tercero es la cooperación, que recuerda al ‘ayni’ de la época inca. Yo te ayudo a deshierbar tu campo y la semana próxima tú me das la mano para tallar mis vides. Y si hay que limpiar el canal que lleva el agua a todas las chacras, funciona la ‘minka’: días de trabajo comunal donde todos participan. Quien no asiste puede reemplazar su aporte con un pago en dinero para costear un jornal de alguien más, pero se pierde la socialización, la diversión y las bromas del trabajo conjunto.
El cuarto, la versatilidad. La mayoría cultiva y tiene otra actividad, como emplearse para alguna agroexportadora o poseer una especialidad demandada (el experto en injertos, el que tiene motosierra para talar árboles o el productor de pisco). Y si usted quiere comprar unas galletas en la tiendita, deberá tocar a la puerta y esperar a que la señora venga desde su huerto en el fondo de la casa a atenderlo. Un uso óptimo de los recursos.
¿Es un lugar idílico? Por supuesto que no, pues existen las rencillas clásicas entre familias, las disputas de generaciones y los problemas de herencias y límites. Y, sobre todo, la gran ausencia del Estado, con salud, educación, caminos, puentes y otros servicios de muy mala calidad, aceptados con resignación y quizá desesperanza. Pero eso no es razón para no aprender lo bueno que tienen y nosotros hemos olvidado. ¿Una costumbre más a considerar? Saludan cuando se cruzan con alguien, conocido o no.
Que tengan una gran semana.