Recuerdo bien mis primeras entrevistas a pintores. Solían ser en sus talleres, donde los maestros creadores se encerraban a pintar por horas. Artistas a tiempo completo dueños de su espacio, de su orden personal y de su caos creativo. Si me adelantaba a la hora acordada, podía atestiguar incómodas escenas, alguna discusión que terminaba con una esposa llevándose a los hijos para no interferir con la entrevista, antes de que el artista genial, ese gran demiurgo, hablara de su voluntad para crear un nuevo mundo, días antes de inaugurar su nueva exposición individual.
Siempre sentí algo falso en esas entrevistas, tras ese silencio de una esposa y la desaparición forzada de los niños mientras un artista encendía su pipa antes de compartir sus respuestas. Pongamos que han pasado 15 o 20 años de aquellas performances. Hoy, cuando hay cada vez menos galerías y las grandes exposiciones son un accidente en la agenda cultural, he dejado de toparme con estas figuras. Más bien lo común es citarme con creadores en el Zoom poco después de que lleven a los niños al colegio o creadoras que le dan la papilla al bebe mientras me hablan de sus procesos creativos. Ya nadie esconde sus vidas.
Pienso esto tras entrevistar a las artistas Maricel Delgado y Patricia Villanueva, quienes acaban de inaugurar, en la pequeña pero clave galería Del Paseo, “Tiempo compartido”, muestra donde, a partir de una forma muy poco convencional de pensar la fotografía, profundizan en nuestra capacidad para relacionar nuestro tiempo personal con el de quienes están a nuestro cuidado. Una reparte por toda su casa papeles fotosensibles que registran el paso de la luz, el tiempo y las superficies a través del tiempo; la segunda propone retratos casi abstractos de su madre y de su hijo, dedicándose a la antigua y exigente técnica de la cianotipia.
Se trata de dos mujeres que han debido robar tiempo a la oficina, a la familia y a su propia creación. No pretenden quejarse: simplemente dejan constancia de lo vital que resulta el tiempo personal, cuyas fronteras se desdibujan ante la urgencia por pagar las cuentas. Virginia Woolf decía que para que una mujer sea escritora hacían falta una habitación propia y una renta decente. Hoy, a quien tiene ambas, igual le falta tiempo. Es seguro que la escritora británica no llegó a leer las teorías de la economía feminista, que resaltan cómo las trabajadoras del arte sustentan, de un modo casi invisible, un sistema que no puede remunerar la entrega y energía puesta en el cuidado familiar.
Sin embargo, replanteamientos de los roles en la pareja van eliminando la privilegiada posición del artista dueño de su tiempo, y más bien el tema de la economía y del tiempo dedicado al cuidado empiezan a destacar en el debate artístico. Exigir equidad por las responsabilidades afectivas, la vida doméstica y la crianza de los hijos es un cambio que empieza a permear el gremio artístico, y que diluye aquella vieja pose del demiurgo con las urgencias domésticas resueltas por una esposa escondida.