Contando desde mi toma de razón patriótica, calculo que he vivido algo más de la cuarta parte del bicentenario. Cincuenta y tantos años repartidos en dos siglos, dictaduras, democracias, gobiernos elegidos y sucesiones constitucionales. Suficiente para que no me deje sorprender por los que llaman extraordinario a lo que no lo es y viceversa (por ejemplo, hay quienes creen que es normal que la oposición dirija el Congreso. No, señores, es al revés). Suficiente para que me permita hoy un poco de nostalgia.
El sentimiento patriótico, al menos en mi caso, ha crecido con los años. La idea de que voy a morir en el Perú pase lo que pase, gane quien gane las elecciones, es parte de mi normalidad. Desde el 2001, me ha sido un tanto indiferente quién ganaba la presidencia, pues, por ‘default’ profesional me cuidaba de no hinchar a ningún bando. Sin embargo, he sido muy sensible a los logros e hitos del Perú. No precisamente en materia de fútbol –que en ese terreno soy algo descastado–, sino en cualquier otra.
Soy de los peruanos que coleccionan referencias del Perú en el acervo cultural del planeta y que está al tanto de su lugar en listas y ránkings. Lo mejor que nos ha pasado ayer es que Unesco sume un sitio peruano más a su lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad: las ruinas del observatorio astronómico de Chankillo, en la provincia de Casma. Fui algunos años atrás, cuando ni siquiera tenía caseta de seguridad, y quedé fascinado por los muros cortando las dunas y a la vez espantado de que no estuviera puesto en valor. Eso ya se corrigió y los resultados hay que festejarlos.
Hay muchos lugares dignos de figurar en esa lista de Patrimonio, en la que el Perú –es mi impresión tras haber visitado varios sitios en los países vecinos– está ligeramente subrepresentado. Hay muchos ítems dignos de aparecer en otras listas de otros rubros, y tengo una utopía ambivalente: convertir nuestra figuración en listas extremas, en sello de originalidad, de potencia creativa, de culto a lo extraordinario, de experimento aleccionador. Que quien era maestro rural hasta el año pasado jure como presidente es una mezcla de todo eso.
Para seguir abundando, somos un ejemplo extremo de un sistema de partidos en descomposición, pero a la vez, y por esa misma razón, somos un caso de avanzada en formas de supervivencia política con desequilibrio de poderes. Somos un país para observar con asombro. Somos un combo irresistible de remanentes prehispánicos con sello de la Unesco, más el esplendor del barroco andino y una tumultuosa apertura a la globalización a la que hemos contribuido con una considerable diáspora de talentos. Feliz bicentenario.