A nivel mediático, son sorprendentes los paralelos entre las elecciones estadounidenses y las peruanas. No se parece exactamente a ninguna pero sí a todas. ¿Temible populista aparece de la nada? Check. ¿Todos los medios a favor de un candidato? Check. ¿Ejército de ‘trolls’ conservadores? Check. ¿Desprecio mediático hacia los votantes de la candidatura populista? Check. ¿Noticias falsas y difamaciones difundidas por las redes? Check. ¿Resultados inesperados para las descorazonadas élites que confiaban en el buen desempeño de su candidato? Check. ¿La candidatura de los medios resulta perdedora? Check. Check. Check.
La elección de Donald Trump debería funcionar como un espejo, un oscuro espejo, en el que los peruanos podemos volver a aprender las mismas lecciones que supuestamente aprendemos cada cinco años. Por ejemplo, nunca olvido el candor de CADE 2006, organizado justo después de que Ollanta Humala casi casi ganara las elecciones. ¿Recuerdan cuál fue su lema, el eje de la discusión entonces? “No existe nosotros con alguien afuera”. Muy bonito, muy inclusivo, muy progre todo. ¿Resultado, cinco años después? Ollanta Humala era elegido presidente. El terror era real.
Pero Humala era mucho más mediocre que su discurso y solo le alcanzó el alma para mantener el statu quo, dejando las cosas tal como estaban. Así que volvimos a lo mismo. ¿Ya olvidamos el mapa electoral de la primera vuelta de nuestras elecciones de este mismo año? Salvo el sólido sur que votó en bloque por Verónika Mendoza, el resto del mapa era naranja. La única continuidad territorial –de todo nuestro país–en la que ganó PPK fue esa docena de distritos limeños que van de San Miguel al oeste y La Molina al este y de Breña al norte a Barranco al sur. O sea, todo tu Facebook, amigo lector.
Un cálculo al ojo: el 90% de figuras periodísticas “nacionales” de nuestro país, viven en esa docena de distritos. No es casualidad, de la misma forma que no es casualidad que los medios que fueron derrotados en la elección estadounidense estén basados únicamente en Nueva York, Washington y Los Ángeles. Su desconexión –y, en estos días, el desprecio– hacia el trabajador blanco de clase media baja es idéntica a la de nuestro entorno mediático por su equivalente local (el “poblador de Comas”, los “shipibos que no deberían estar en Lima”, los “antimineros manipulados”). El otro extremo, claro, es esa condescendencia que cree que acercarnos al ciudadano común y corriente es llenar los noticieros de sangre porque “esa es la realidad”.
La función de los medios no es elegir presidentes. Y el panorama mediático no es el único factor que determina una campaña. Pero ahora vivimos en una época en la que es cada vez más fácil refugiarse en una burbuja social en la que todos piensan igual que tú. Y los periodistas deberíamos ser los primeros en asomarnos fuera de esa burbuja. Pero no lo hicimos en ninguna de las elecciones anteriores. ¿Lo haremos ahora que nos vemos reflejados en los gringos? ¿O seguimos esperando, otra vez, nuestro/a Trump?