Ayer estuve ante una agente de viajes consultándole sobre un viaje que pienso realizar. Una vez que creí haber dejado claros mis puntos de interés y mis limitaciones financieras se me ocurrió preguntarle cómo le estaba yendo a su negocio en lo que va del año.
–Tuvimos un inicio algo complicado, pero ya se está normalizando.
–Qué bien.
–Lo que sí nos han salido por montones son los viajes a Turquía. No sabes cuánto.
Bastaron un par de preguntas adicionales para tener un panorama de esta racha súbita.
Desde febrero del 2015 se transmite en nuestro país la telenovela turca “Las mil y una noches”, en que la arquitecta Sherezade se ve obligada a pedirle a Onur, su jefe, un préstamo para pagar un trasplante de médula para su niño. Onur, que no es consciente de la triste causa, accede, siempre y cuando Sherezade pase una noche con ella. A partir de aquí la trama parece enrumbarse hacia una historia de amor tapizada de culpas, celos y la condición actual de la mujer en un entorno machista.
–¿Y quiénes te piden esos viajes?
–Mayormente mujeres, entre los 25 y 35. Aprovechan algún viaje a España o Francia y se dan una escapada a Estambul.
Me suena razonable. Una historia de amor que nace de una transacción controvertida, perfumada de exotismo oriental y con un título tan –pero tan– conocido tiene todas las condiciones para ser un éxito comercial y, curiosamente, también una promotora de turismo.
Cuando era niño, recuerdo haber visto a mi padre leer cada noche su tomazo de “Los miserables”. Su rostro mostraba a menudo las emociones que aquella obra monumental le iban suscitando. Una noche, contento y con el libro sobre la barriga, me dijo que no conocía París (nunca la llegaría a conocer, lamentablemente), pero que gracias a Víctor Hugo sentía que podía reconocer sus calles. Las historias de ficción o, más específicamente, las imágenes que nos forjamos a medida que disfrutamos esas historias son los mayores contribuyentes en la creación de los imaginarios geográficos. ¿Sería Nueva York tan reconocible y deseada sin las proyecciones suyas que hace Hollywood? ¿Habría habido aquí una pequeña fiebre por Estambul de no haberse difundido esta telenovela? Esta es, pues, la prueba que necesitan nuestras autoridades para darse cuenta de que el trabajo de escritores, cineastas, diseñadores y actores no es una actividad menor, y que un buen dramaturgo puede generar tanta riqueza como un ingeniero de minas. De allí la importancia del apoyo estatal a todo aquello que ayude a retratarnos como sociedad teniendo a nuestro país como telón de fondo. Lo anoto como trabajo pendiente dentro de nuestras fronteras. ¿Y fuera de ellas? ¿Es muy caro identificar buenos relacionistas públicos en las mecas de la producción mundial? ¿Sería acaso difícil promocionar a nuestro país como un lugar privilegiado para filmar lo que se quiera? Porque, honestamente, darle facilidades a Hollywood puede ser mucho más rentable que dárselas al Rally Dakar. ¿Y traer a guionistas encumbrados para que se enamoren de nuestro país? ¿Qué se escriba una historia de amor entre Johnny Depp y Jennifer Lawrence nacida en un parapente sobre Lima? Bueno. Con esta última idea es posible que ya haya volado muy alto.
O quizá no.
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