Las mujeres son la mitad más uno del Perú (el 50,4% versus el 49,6% de hombres, según la proyección del INEI para el 2021). Hasta Pedro Castillo lo tiene tan claro que hizo un ‘mea culpa’ por haberse alejado tanto de la paridad en el Gabinete. Dos ministras de 19 (10,5%) es una miseria de representación.
De todas las polaridades que vimos en la pandemia y en la campaña electoral, hubo una que no se enervó: la de género. Tanto Keiko Fujimori como Castillo representan movimientos conservadores y enemigos del feminismo. Sin embargo, el fujimorismo tiene una importante tradición de participación femenina, desde su lideresa hasta las bases. Son, por lo general, mujeres provida y profamilia, ajenas a la agenda progresista de género, pero con lugares comunes cuando se trata de reaccionar a los atropellos machistas.
Fue durante la hegemonía parlamentaria del fujimorismo que se consagró, en el 2019, la normativa que obliga a la paridad en las listas de candidatos. El triunfo se selló con un espontáneo abrazo entre las antitéticas Marisa Glave y Luz Salgado. Esa causa común entre adversarias volvió a darse, más ampliamente, el 28 de julio, cuando Pedro Castillo estaba por designar como presidente del Consejo de Ministros a Roger Nájar. Un grupo multipartidario de congresistas mujeres (de las bancadas de Avanza País, Renovación Popular, Fuerza Popular, el Partido Morado, Acción Popular y Alianza Para el Progreso) le pidió al presidente que no designara a quien había tardado en reconocer a su hija.
La polaridad de género empezó a enervarse. Esta capacidad de acción transversal –no volveré a decir de género porque a muchas conservadoras les repele el término– confirma que, salvo el aborto, hay una agenda de equidad en las oportunidades y en el trato que puede hacer coincidir a varias. Patricia Chirinos, de Avanza País, ha cosechado la solidaridad multipartidaria de varias bancadas, salvo las de Perú Libre y Juntos por el Perú (JPP). La frase que ella asegura que Guido Bellido le espetó antes de ser premier –”solo falta que te violen”– muestra lo normalizado que está el machismo en la segunda cabeza del Ejecutivo. Y en la primera, que lo sostiene.
Las mujeres de JPP, en realidad del Nuevo Perú, son las que, como su lideresa, Verónika Mendoza, padecen uno de los dilemas estelares de estos tiempos: apoya, por el prurito de ver a la izquierda en el poder, a un aliado tan ajeno a su agenda progre y de género. Por ahora, su actitud es compartir el poder e intentar contagiar esa agenda, promoviendo una comisión de alto nivel para la igualdad de género. Si tiran la toalla en ese último propósito, el castillismo tendrá un futuro más incierto que el que tiene ahora.