Están por encima de Dios, del diablo, de las ideologías y de las elecciones. Julio Cotler, pensando en ellos, sugirió una provocativa teoría del complot: ante la debilidad de los partidos y de los liderazgos, y ante la falta de competencia de las autoridades, tenemos un grupo que, sin querer queriendo, se ha hecho del poder en el Perú durante los últimos 25 años. Son nuestros ‘iluminati’.
Los tecnócratas son ese ‘piloto automático’ al que se suele aludir para explicar la gobernabilidad humalista, tan sólida por comparación al inconsistente Partido Nacionalista. Son los tecnócratas, pues, quienes aseguran, con su relativa estabilidad laboral y capacidad de rotar entre entes públicos, la continuidad del modelo. Mientras la autoridad política piensa con un horizonte de 5 años, el de ellos es de 20 o más.
No construyen partido, no arman células ni camarillas; pero sí tienen una ideología o, más propiamente hablando, una doctrina que aprendieron en la academia: la gestión pública como búsqueda de equilibrios macroeconómicos, el cumplimiento de metas plasmadas en cifras, la ejecución de programas y obras que encajen en lo que vagamente se concibe como una política pública de contenido nacional. Entre tantas líneas de acción para conseguir esos objetivos nacionales, hay unas destinadas directamente a fortalecerlos como grupo. Es el caso de Servir, el ‘headhunter’ del Estado, el ente especializado en colocar cuadros técnicos en otros entes.
Normalmente, el techo de la tecnocracia está en la voluntad de los líderes políticos de darles encargos precisos en instancias precisas: ‘think tanks’ de planificación, gabinetes de asesores, comisiones consultivas, puestos claves en ministerios. Si esa voluntad política está despistada o distraída en pugnas destructivas, entonces los técnicos también se despistarán. O llenarán por sí solos ese vacío de voluntad.
Pero no se puede improvisar un político de un técnico. Por eso, Milton von Hesse renunció como precandidato del partido de gobierno. Por eso, PPK, que es el primer tecnócrata que candidatea con buen chance (el de menos chance es Julio Guzmán), fundó el partido Peruanos por el Kambio para tener una base política elemental. Pero como sigue siendo más técnico que político, no le da bola a su partido y se entercó en fichar a otra tecnócrata, Mercedes Aráoz. Por eso, a Keiko, que sí apuesta a la política clásica de partido, al igual que Alan y Lourdes Flores, le preocupa más afirmar su liderazgo que anticipar quién será su ministro de Economía, cosa que ya hizo PPK con Alfredo Thorne. A César Acuña, el caudillo del clientelismo, tampoco se le va la vida por impostar habilidades técnicas que no tiene: ya nos envió el mensaje de que las comprará como compra todo. La tecnocracia tiene un precio para cada candidato.
Que la tecnocracia cogobierna el Perú no es chifladura mía. No es casual que la tecnocracia global del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nos haya premiado en el 2015 escogiéndonos como sede de su Junta Anual de Gobernadores. Tanto Christine Lagarde (FMI) como Jim Yong Kim (BM) alabaron los equilibrios y metas de reducción de pobreza logradas por nuestros últimos gobiernos y su continuidad de técnicos. Kim, incluso, sugirió que el próximo presidente debiera mantener a Jaime Saavedra en Educación. Kim y Lagarde estaban felices de encontrar un país donde los suyos mandan. Y querrán seguirlo haciendo en este 2016.