Le dijeron “cumbre”, como si fuera un encuentro entre dos jefes de Estado. Los fujimólogos la reclamaron como la salida que, junto al nuevamente olvidado indulto al patriarca, volvería a enrumbar la economía, impondría la paz social y conseguiría que las corvinas, sobre las olas, naden fritas con su limón.
Ocurrió hace tres semanas. Pareció, por un momento, haber funcionado. Pero no, volvieron al ataque apenas concluyó el mensaje a la nación. ¿El objetivo de las furias? No las promesas inclumplidas. No la huelga de maestros. Ni siquiera la economía ralentizada. El escándalo fue el nuevo y completamente innecesario isotipo oficial del Gobierno. Se trataba de una versión estilizada del escudo de armas de la República (no del escudo nacional, como todos los ofendidos dijeron). Era otra demostración de la impericia política que al parecer ha infestado cada instancia superior del Gobierno pero nada realmente grave. Salvo si inspeccionabas las redes sociales de la mayoría legislativa, en las que parecía que PPK había profanado el cadáver de Bolognesi.
A los dos días, un nuevo capítulo. Esta vez, el objetivo era la titular de Educación. ¿La razón? Que, años antes de que sea ministra, había obligado (?) a su hijo de 27 años (!) a que intentara usar Beca 18 (?!) para postular a Harvard (!!??), lo que, al final, no pasó (!!!!!). Que la denuncia sea una parodia en sí misma no fue obstáculo, por supuesto, para pedir otra cabeza ministerial, en medio de tuits histéricos en los que era difícil distinguir a un congresista de un ‘fujitroll’.
Dos días después, el diario “O Globo” –un medio de derecha que fue clave en las caídas de Dilma y Lula, o sea, cero caviar– publicó que había tenido acceso a la declaración de Marcelo Odebrecht sobre el dinero donado para la campaña de Keiko. Inmediatamente, se culpó a PPK de lanzar esta “cortina de humo” (¿desde Brasil, en un informe que incluye a su propia vicepresidente?). Nuevamente, la coordinación de la central ‘fujitroll’ era evidente. Salieron todos con el mismo discurso de control de daños. Incluso el directivo del BCR (institución en la que parece no existir ningún tipo de regulación ética) utilizó el hashtag #MientoComoGorriti, circulado por cuentas anónimas dedicadas a la calumnia y difamación.
¿Cuál ha sido, entonces, el resultado de la conversación con Keiko Fujimori? La señora no puede hablar de diálogo ni exigirlo si no está en condiciones de garantizar que sus voceros van a jugar limpio. Eso no solo incluye, por cierto, el mínimo requisito de que digan la verdad. Ya es hora de que la sociedad civil –ya que el Gobierno parece inexistente– exija que los dirigentes fujimoristas dejen de jugar en pared con cuentas tuiteras que coordinan campañas de demolición idénticas a las que ejercían los diarios chicha de los 90. O desactivan la central ‘fujitroll’ o dejan de adoptar su discurso. Porque con los ‘trolls’ no se dialoga. Se les bloquea.