La política funciona a través de incentivos: “¿Me sirve para ganar? Lo hago. ¿Me perjudica? Huyo de aquello como Superman de la kriptonita”. El cerebro del político peruano funciona así. Pero cuando su ‘corazón’ también entra a tallar (lo que no siempre sucede), estamos de suerte: es probable que piense en el bien común y que entonces actúe en función de las necesidades del país antes que de las de su partido y de su futuro político.
Lamentablemente, no es lo que ha sucedido en los nueve meses que lleva esta pandemia. Cuando más requeríamos de un Perú unido, más divididos seguimos. Y la campaña electoral que romperá fuegos después de Navidad y Año Nuevo no hará si no profundizar las desavenencias. Confirmada esta semana la noticia de que el Perú estará entre los países que accederán últimos a la vacuna contra el coronavirus, prácticamente no quedan ya espacios para la reconciliación política. En dos semanas ingresaremos a un nuevo “todos contra todos” por llegar a la segunda vuelta, el Congreso seguirá en su carrera desbocada por destruir la disciplina fiscal que ha caracterizado el manejo económico de las últimas dos décadas y no habrá nadie que se haga responsable del daño, nadie a quién reclamarle. Partidos y candidatos buscarán votos como puedan y las consecuencias las afrontará, más adelante, quien gane la elección.
Sin embargo, los resultados de la última encuesta nacional de Ipsos publicada en este Diario ratifican que no hay claros favoritos a la vista. Por estos días, los partidos terminan de dar forma a sus listas parlamentarias privilegiando el factor “popularidad” entre sus invitados antes que la especialización que les permita mejorar sus propuestas. Se dirá que para eso está la campaña, pero ciertas incorporaciones dicen más que cualquier compromiso en el papel. Pronto tendremos las listas completas y podremos hacer una proyección de lo que nos espera en materia parlamentaria para el período 2021-2026.
Eso sí, muchos parecen obviar que la forma cómo viene actuando el actual Congreso y cómo se comportó el anterior (disuelto por Martín Vizcarra) podría traducirse en un peligroso hartazgo en el elector: “Si tan poco sirvieron las promesas pasadas, ¿por qué habría de creer en las de hoy? ¡A votar por cualquiera! Total, el resultado será más de lo mismo”. Este podría ser el razonamiento de muchos votantes y el que empiezo a encontrar en quienes converso por estos días tratando de entender sus expectativas al 2021.
El momento es muy delicado. Al presidente Sagasti le cuesta gobernar, le cuesta mucho proyectar autoridad y no va a encontrar en el Congreso mayor apoyo, por lo que necesita el mayoritario respaldo ciudadano que solo obtendrá con acciones concretas y ejecutivas. Eso le permitirá mantener a raya al populismo en campaña que amenaza con más bloqueos de carreteras. Será un largo y ardiente verano.