Acaba de cumplir 90 años sin hacer ruido. Hace unos días escribí sobre él, pero me temo que poco se habrá notado el artículo entre noticias mucho más urgentes. Dick Tracy, el detective de la gabardina amarilla, era uno de esos personajes heroicos creados antes de que una nave procedente de Kriptón golpeara nuestro planeta. Creado por el dibujante Chester Gould para la página de tiras cómicas del “Chicago Tribune”, Dick Tracy era la expresión del policía ideal, modelo estereotipado de buena conducta en tiempos de corrupción rampante. Se trataba de la primera historieta que presentaba armas y brusca sangre, además de gente bañada en cemento, sembrada luego al fondo del lago Michigan.
Dick Tracy era serio y violento. Difícil empatizar con un héroe deliberadamente constante, incapaz de cambiar de opinión o proponer matices de duda. En realidad, en sus historias los claroscuros humanos eran encarnados por las víctimas y los victimarios a su alrededor: buenas y bellas las primeras, malos y feos los segundos, como si de una natural correspondencia se tratase.
El asesinato y sus cadáveres acribillados eran picante insumo para la entonces naciente cultura pop, mientras que Dick Tracy levantaba su muñeca izquierda para dictar órdenes a su radio de pulsera bidireccional. Tal aparato, entonces de ciencia ficción, hacía soñar en el futuro a lectores que compraban sus aventuras gráficas o abarrotaban los cines en los años 40, en versiones fílmicas que medio siglo después actualizaría Warren Beatty, entonces novio de Madonna, encarnando al personaje para las nuevas generaciones. Sin embargo, a pesar de sus virtudes expresionistas, el filme resultó un fracaso de público, manifestando ya su visible decadencia. El hundimiento simbólico llegaría años después, cuando una estatua de bronce del héroe, levantada en el 2010 en la ciudad de Naperville, Illinois, amaneció con el agua hasta el cuello tras el desborde del río DuPage.
Celebrar el aniversario de un ícono de la historieta resulta un buen pretexto para preguntarnos qué hace que un símbolo disipe su vigencia. ¿La pérdida de sorpresa del público ante sus dispositivos tecnológicos? Ciertamente, basar la fama de un personaje en lo accesorio es una respuesta frívola, más allá de que el célebre dispositivo de Dick Tracy resulte ahora tan común como un Apple Watch. La vigencia de un héroe se sostiene en el propósito de su gesta y en los valores que la impulsan. ¿Cuándo se vuelve obsoleto entonces? Pues como sucede con cualquier representación de época: cuando lo que representa se devalúa. En este caso, estamos frente a un policía que basa su lucha en el antagonismo sin grises entre el bien y el mal, imaginando hace 90 años un futuro que hoy ya conocemos, al que arribamos sin advertirlo y, peor aún, sin mayor entusiasmo.