No solo es el escándalo de presidentes tras las rejas, es la bomba de tiempo de un pueblo engañado que quiere sangre con equidad, que quiere ver a Keiko y a Alan correr la misma suerte que Ollanta y Nadine, que quiere ver a Toledo enmarrocado bajando del avión.
Mi mayor consuelo en esta crisis es que la desolación la producen los hombres antes que las instituciones. Así no fue tras la caída de Fujimori y Montesinos. Ellos se habían hecho de los poderes del Estado, disolvieron y rehicieron el Congreso a su medida, controlaron el Poder Judicial, sobornaron a la TV. Por eso, en los años que siguieron, la desconfianza en todas esas instituciones fue mayor a la que es ahora. Recuerdo una reunión de periodistas, durante el gobierno de Toledo, golpeándonos el pecho porque teníamos una aprobación de un dígito, similar a la del Congreso.
Hoy, la confianza en las instituciones sigue baja, pero remontó sus peores ratos. PPK es el cuarto presidente elegido en plazo justo, y eso nos da fe en la temporalidad y constitucionalidad del poder. Por eso, la posibilidad de que PPK no termine su mandato es el deseo malicioso de algunos, pero pesa más el miedo a arruinar la línea de tiempo democrático.
Entonces, hay que encarar el futuro con confianza y con prevención técnica y política. ¿Cómo minimizamos la corrupción política? Pues reduciendo el ingreso de corruptos al pasarlos por el aro de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), la ONPE y la prensa. El Ejecutivo y algunas ONG piensan que el secreto bancario debe ser automáticamente levantado para cada postulante; Fuerza Popular tiene atingencias ante esa severidad. La magnitud de la corrupción política los obligará a ceder.
Pero esos filtros no son suficientes. Hay que atacar los motivos por los que candidatos pueden corromperse o aliarse con corruptos al perseguir sus sueños. Y he aquí que cualquiera puede constatar que nuestras campañas son extremadamente caras y los políticos, en su desesperación por llegar al final, pasan el sombrero a quien no deben o son tentados por el mal. El mayor rubro de gasto es la publicidad televisiva, así que hay que atacar por allí.
Esta no es conclusión original ni mucho menos. Muchos países han resuelto el problema de mercantilización y de impacto inequitativo de la publicidad en TV con financiamiento estatal de la publicidad en medios. Por ejemplo, en la última campaña, según cifras de la ONPE, Keiko invirtió S/9’909.512 en publicidad (7’339.238 en TV), y PPK, S/9’320.739 (2’896.318 en TV). El Estado bien podría invertir unos S/100 millones cada 5 años en la calidad de la política, disminuyendo el riesgo de perversión de los candidatos. Si no debatimos esto es que no hemos aprendido nada.