No voy a escribir sobre Eyvi Ágreda. No voy a gritar de cólera porque a esta jovencita de 22 años, un imbécil la roció con gasolina mientras viajaba en un bus, le prendió fuego y le quemó más de 65% del cuerpo. No voy a contarles que está luchando por sobrevivir y que, de hacerlo, quedará con el torso, el rostro y los brazos con serias secuelas por las quemaduras. Tampoco me voy a quejar por el hecho de que Eyvi fue perseguida por este sujeto semanas antes de que la agrediera y nadie pudo detenerlo. La acosaba, la seguía hasta la puerta de su casa, la acechaba siempre con sudadera y capucha, con lentes oscuros, como lo hace quien está dispuesto a dañar, a quemar, a matar.
Ya no tiene ningún sentido analizar por qué no hizo la denuncia sobre su acosador. ¿Para qué? ¿Le iban a hacer caso? ¿Iban a protegerla? A ustedes no les tengo que recordar que solo unas semanas antes, Melissa Peschiera había denunciado un caso similar y no había servido para nada. Eyvi sabía, como lo sé yo, como lo saben ustedes, que el trámite sería inútil. Que estaba destinada a vivir muerta de miedo, que lo único que podía hacer era llamar a su hermanita para que la esperara en la puerta de casa con la esperanza de que la ayudara a defenderse.
¿De qué vamos a debatir? ¿Sobre qué políticas vamos a discutir? ¿A quién más vamos a escuchar sobre las medidas a largo y mediano plazo para acabar con esta lacra? Puras palabras, puros planeamientos estratégicos, puros “vamos a”, “hemos empezado a desarrollar”, “vamos a coordinar con”. Coleccionamos apps para identificar las zonas donde las mujeres son más atacadas, para avisarles a nuestros familiares si estamos en peligro, para asegurarnos de que subimos a un taxi seguro, para lanzar alarmas, para seguir jugando a que hacemos algo cuando en realidad no estamos haciendo ni mierda.
No importa cuánto marchemos, cuánto gritemos, cuántos hashtags difundamos. Seremos tendencia un par de días, nos escandalizaremos otros tantos, a la semana el hecho será olvidado y otra vez a lo mismo. No sé qué piensan hacer ustedes. No tengo idea cómo van a proteger a sus hijas. Tampoco me interesa si serán capaces de seguir burlándose de las mujeres con chistecitos desagradables en redes cuando alguien cuente una experiencia traumática.
La verdad que no, hoy no estoy para muchos análisis. Hoy con las justas me alcanza el alma para recordar a cada peruana asesinada, golpeada, agredida, escupida, humillada ante la inacción de nuestra sociedad que colecciona mujeres muertas como si se trataran de figuritas de un álbum.
No sé ustedes, pero hoy lloro de rabia por Eyvi, me seco los mocos y listo. Porque me toca salir a la calle sola a enfrentar a mi acosador, con lo único que tengo para defenderme: mi profundo miedo y esa rabia gigantesca que me carcome, que me sobrepasa, que ojalá pudiera convertirse en fuerzas para defenderme.