Esta semana, tuvimos que asistir una vez más a la tortura en la que se ha convertido el debate por la despenalización del aborto en el Congreso de la República. Discursos alucinógenos como el de quienes sostienen que ahora las mujeres van a inventar que fueron ultrajadas para arrancarse a los hijos no deseados, poses que alegando que defienden la vida contrabandean una versión de Dios que solo puede existir en la cabeza de un fanático, peroratas en los que la palabra ‘mujer’ viene asociada a los conceptos de ‘mala’, ‘mentirosa’, ‘asesina’, salpicaron una discusión que más parecía una cacería de brujas.
Y todo este griterío, desubicado y destemplado, evidenció además algo temible: el Congreso aloja personas que han llegado hasta ahí para defender proyectos personales, credos particulares, y para imponernos a todos ideas ridículas sobre el bien y el mal, sobre el crimen y el castigo; no legisladores capaces de impulsar leyes que resuelvan problemas y solucionen la vida a los ciudadanos. Porque si les importara realmente la mujer violada, si su interés no fuera confesional sino dar opciones a las adolescentes que se ven atrapadas en embarazos no deseados, si en lugar de andar pontificando sobre cómo debemos vivir todos, incluso los que no compartimos sus extrañas creencias, por lo menos se esforzarían en plantear una agenda paralela a la discusión del aborto, para poder ir avanzando en la conquista de los derechos de las mujeres y poder ir previniendo las consecuencias catastróficas de embarazarse por desconocimiento, por violencia, por pobreza y por cualquier razón que no sea el querer tener un hijo.
¿Dónde están estos legisladores a la hora de pedir que se reponga la píldora del día siguiente? Fregando. ¿Dónde están estos congresistas cuando se plantea que los adolescentes tengan acceso a métodos anticonceptivos gratuitos sin que para ello necesiten la autorización de sus padres? Gritando. ¿Dónde están las propuestas de estos santísimos padres de la patria para que esa mujer sola, que se atreve a seguir adelante con su embarazo, pero que no quiere criar a su hijo, pueda darlo en adopción sin ser estigmatizada? ¿Dónde se esconden estos santurrones a la hora de luchar por que el sistema de adopciones en nuestro país deje de ser ese vía crucis donde los postulantes a padres son tratados como presuntos delincuentes?
Es verdad que la discusión del aborto es delicada y compleja, y nadie espera que se resuelva sin debates ni enfrentamientos. Pero si lo que la impulsara fuera una verdadera preocupación por la salud reproductiva de la mujer, si la moviera una sincera necesidad de resolver problemas que afectan la vida de millones de peruanas; entonces encontraríamos en los llamados congresistas “pro vida” algún tipo de apoyo a estas otras medidas que buscan controlar problemas de violencia y planificación familiar.
Pero no. A ellos no les interesa. Lo suyo no es la vida ni la defensa del no nacido. Su objetivo es interferir sobre la legislación nacional bloqueando cualquier iniciativa que choque con sus creencias. Sus creencias que son a veces retorcidas y a veces tan raras que millones de católicos y evangélicos en el Perú los miran con espanto porque tampoco se sienten reflejados en ese discurso tan fanático.