Lo he visto varias veces. Demasiadas diría yo. A veces la culpa es de él que saca los pies del plato y desencadena la ira de su mujer. A veces es ella la que se va con otro y deja al marido despechado y furibundo. Otras veces, simplemente, uno de los dos se harta de la convivencia y se larga, y el otro no acepta por nada del mundo la separación. Lo cierto es que, cualesquiera sean las circunstancias, pocas cosas en el mundo deben ser tan desgastantes, inútiles y dañinas como un mal divorcio. Pocos pleitos deben ser más estériles que aquellos en los que destruyes lo que más quieres: tus hijos, tus recuerdos, tus posesiones. Si no pregúntenles al señor y a la señora Rose, protagonistas de la genial y viejísima película de Danny DeVito, que de tanto pelear por una casa terminaron matándose entre ellos.
¿Pero a qué viene esta evocación tan poco feliz? Bueno, no sé ustedes pero desde que se instaló el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski los peruanos parecemos los hijos de una pareja que se saca los ojos en medio de un horrendo divorcio. Por un lado está el papá (PPK) al que la mujer (Keiko) detesta porque se ha quedado con algo que ella consideraba suyo. Como no se resigna a perder y cree que le han jugado sucio, todo lo que haga el hombre le parecerá pésimo. Si él plantea reglas para mejorar la seguridad ciudadana, se las boicotea. Si ofrece darle prisión domiciliaria a Fujimori para que tenga mejores condiciones carcelarias, lo odia. Si se ríe, desata su cólera. Si baila, ni les digo. Verlo en televisión haciendo las veces de Jay Leno es más de lo que puede tolerar. Y, vamos, no es que no tenga razón, varias de estas acciones (y otras más) pueden ser perfectamente criticables, pero la pobre Keiko ya pescó el síndrome de la pareja despechada a la que, como todo le parece mal, su cuestionamiento pierde peso.Por su parte, PPK actúa como el típico ex marido culposo que camina como pisando huevos para no encolerizar a quien fue su señora. Ofrece disculpas por todo. Avanza un paso y a la primera señal de descontento retrocede diez. Anda arrepintiéndose por cosas que ni siquiera ha hecho. Aguanta con cierto estoicismo las pullas y, mientras tanto, se olvida de cumplir con sus obligaciones. Pierde el liderazgo que tanto necesita. No sabe cómo defenderse y evidencia una debilidad ante la población que necesita saber que él está a cargo.
Por supuesto, no tengo ni que explicarles que, en esta metáfora algo caprichosa, los sufridos y atormentados hijos de tan disfuncional pareja somos todos los peruanos que, día a día, nos sentamos a ver pleitos inútiles, a ser testigos de mezquindades innecesarias, de vacilaciones y dudas, de odios y resentimientos mientras nuestros problemas de salud, educación y seguridad nunca se terminan de resolver.