El nuevo presidente tiene varios fantasmas que lo rondan: la pandemia sin estrategia de combate, la calle que desaprueba su asunción, la crisis económica cuya salida se alarga, la turbiedad de algunos de sus aliados vacadores. Pero uno de ellos es un muerto que de veras pena en su comarca: Valentín Paniagua.
Su correligionario ‘Chaparrón’ surgió de una coalición más amplia que la que lo ha puesto a él y que vacó simbólicamente a Fujimori, sin forzar nada, pues este ya había renunciado. La calle lo aceptó sin resistencia y todos los partidos (salvo el fujimorismo, claro está) lo respaldaron sin pudor. La etiqueta de gobierno de transición fue aceptada con naturalidad y así ha quedado en la historia.
Paniagua, incluso, pidió a su partido –y aquí verán cómo su fantasma pena a Merino– que no llevara candidato a la presidencia, para evitarle el riesgo de un sesgo electoral. Su liderazgo, y el del aún vivo fundador Fernando Belaunde, eran tan sólidos que el gesto se aceptó sin chistar. Ahora, Merino ni siquiera tiene unidad en su partido, pues hay una corriente en su bancada que no votó por la vacancia y parte de la dirigencia reprueba su aventura. Yonhy Lescano, precandidato en las internas del partido, está en esa incómoda posición.
Merino tiene que buscar en otras comarcas la solidez que su partido y su bancada no le podrán dar, porque no la tienen. En las últimas horas, todos los fantasmas que lo rondan complicarán el armado del gobierno de ‘ancha base’ prometido, convenciendo a gente que Paniagua no tenía que convencer pues la transición era una fiesta que invitaba por sí sola.
Los socios menos presentables (UPP y Podemos Perú) querrán participar, pero no es buena idea convocarlos; el socio más importante (APP) tendrá dudas en participar más allá de asumir la conducción del Congreso, que le tocó por sucesión y acuerdo entre socios.
Pero el casting de ministros concluirá y Merino no se enfrentará solo a los fantasmas. Donde mucho tiene por hacer es en el combate a la pandemia, hoy pleno de vacíos estratégicos que es imperioso llenar. Con o sin la ministra Pilar Mazzetti, ese combate está librado al miedo a la segunda ola y a las restricciones que la población aceptó sin chistar como mucho de lo que se le aceptó a Martín Vizcarra.
Y aquí es donde se le abre una puerta a Merino, el súbito, el forzado, el que se sentó con Edgar Alarcón y llamó a los militares antes de que el escenario estuviese listo: recuperar la confianza, aunque sea un poquito, de los peruanos en nosotros mismos. Que su Gabinete presente una estrategia anti-COVID que se base menos en el miedo y en las restricciones a derechos civiles, y más en acciones contundentes de rastreo y vigilancia de casos. A ver si, al menos, acabamos el año sin toque de queda ni estado de emergencia.