Es tiempo de constatar tendencias generales y de repasar las elecciones personales, de hacer una CVR íntima como víctima, victimario, juez y parte. ¿Cuántas veces en el año te importó un pepino cómo el COVID-19 devastaba familias enteras? ¿Cuántas veces te expusiste al contagio y se lo ocultaste a tus seres queridos, por roche, por culpa, por guardar tus secretos? ¿Por qué votaste por Pedro Castillo, Keiko Fujimori o dibujaste un genital en la cédula?
Las dos primeras preguntas se las recomiendo como ejercicio para la paz personal, porque las responsabilidades de vivir en pandemia no acaban en vacunarse con tres dosis. Hay mil ocasiones para demostrar que se puede contribuir a disminuir el riesgo propio y ajeno. La última pregunta, ayayay, es la más difícil de responder.
Un voto a favor, en contra o viciado, no determina nada; que nadie se atormente por tan poca cosa. Pero pregúntate si tu intolerancia a Keiko justificaba apoyar a cualquiera con tal de hacerla perder, o si era justo gritar fraude cuando no había ni una prueba sólida de aquel o si Castillo merecía tu confianza por el solo hecho de ser un ‘outsider’ venido de abajo.
Los tres grupos parecen irreconciliables, pero tienen un lugar común: han sido frustrados, burlados y ofendidos por todo lo que ha pasado desde el 28 de julio. He ahí una condición compartida que debiera provocar un cambio de actitud, una mayoría que presione en un mismo sentido. ¿Hacia dónde? ¿Hacia la vacancia o hacia un milagro de conversión del presidente en una figura de concertación? No tengo la respuesta, pero celebro poder hacerme esa pregunta con relativa serenidad.
Mientras llega esa respuesta en el 2022, la mejor apuesta es proteger a la tecnocracia no contaminada por la improvisación del Gobierno, al piloto automático que nunca ha dejado de funcionar. Donde el piloto asoma con mayor visibilidad es en el proceso de vacunación, que ha avanzado sin el ruido que Castillo ha transferido a otros sectores. El ministro Hernando Cevallos apoya al piloto; también lo hace Pedro Francke en el MEF, el ente omnipotente que puede desafiar al presidente y a varios ministerios juntos y donde, por fortuna, Perú Libre no pudo imponer un cuadro porque no lo tenía.
No sé tú, pero este 31 de diciembre yo celebro por ese lugar común de ser víctimas del engaño y de la improvisación y porque eso provoque más colaboración que confrontación entre fuerzas políticas diversas; celebro por el piloto automático en áreas claves del Gobierno que ojalá abarcara también a la educación, celebro por la inmunización masiva y porque este año acabe la pandemia. Si no desaparece, que se vuelva una endemia manejable como muchos males que hemos domesticado en el Perú. ¡Felices fiestas!