Si ya existían fundadas razones para exigir una reforma de la policía, el caso de Jorge Ernesto Hernández Fernández, más conocido como ‘El Español’ (detenido la semana pasada por el equipo especial de la fiscalía), no hace sino volver intolerable que se siga sin hacer nada en esa institución tan importante para que funcione nuestra democracia. ¿Cómo alguien de ese perfil criminal gozó de tanta influencia con el poder político y los altos mandos de la PNP? A tal punto de que era capaz de gestionar reuniones clandestinas con un jefe del Estado, recomendar al próximo director de la Dirección Nacional de Inteligencia y colocar edecanes en Palacio de Gobierno o el Ministerio del Interior.
La respuesta más sencilla es que, en ese entonces, una organización criminal liderada por Pedro Castillo estaba enquistada en el Ejecutivo y había encontrado en la PNP a una institución débil que podía manipular y trastocar a su antojo con el fin de conseguir impunidad y dinero. De manera que un personaje como ‘El Español’ calzaba perfecto con sus necesidades. Un tipo sin escrúpulos que tenía llegada con oficiales y suboficiales de la policía, y con suficiente codicia como para ejecutar cualquier plan criminal que se le pidiese.
Sin embargo, una mirada más profunda nos dice que nada de esto hubiera sido posible si es que dentro de la PNP no existiera también un terreno fértil con generales, coroneles y demás personal policial corruptos que, con tal de mantener o conseguir un cargo, son capaces de dejar la puerta libre para que personas como Jorge Hernández Fernández funjan en la práctica como los dueños de la institución. En otras palabras, las condiciones eran perfectas para que tanto Castillo como ‘El Español’ pudieran hacer lo que quisiesen. Se trata de un problema postergado por décadas cuyos orígenes pueden ir desde los procesos de ascensos hasta la formación en las escuelas de la PNP.
El caso de ‘El Español’ va más allá de que se quiso crear un equipo paralelo de contrainteligencia y comprar equipos de espionaje para vigilar a los opositores y periodistas. Hablamos de cómo la precariedad institucional y corrupción de quienes juraron defender su uniforme jugaron a favor para que un criminal de ese perfil pudiese controlar una entidad tutelar de nuestro sistema democrático. Hoy, Hernández Fernández está preso, pero lo lamentable de esta historia es que poco o nada parece importar para que las cosas cambien en la PNP. Tal vez porque les resulta útil al poder político y a oficiales y suboficiales sin ningún tipo de moral ni vergüenza.