Ahora que la primera encuesta luego del 10 de abril que da por ganador a PPK sobre Keiko baja la intensidad de las pasiones de muchos antifujimoristas, es buen momento para poner sobre la mesa algunos argumentos que se esgrimen contra la candidatura de la señora Fujimori.
Mario Vargas Llosa, por ejemplo, insta a una movilización popular para impedir que la mayoría de los peruanos reivindique con su voto en la segunda vuelta a una dictadura corrupta y criminal, pues –según él– el triunfo de Keiko Fujimori en las urnas significaría la legitimación de los crímenes por los que ha sido condenado el padre y muchos que lo acompañaron en la década de 1990. Esto es un prejuicio.
Aunque es pretencioso estar en la mente de casi el 40% de peruanos que votaron en primera vuelta por la señora Fujimori, el sentido común indica que lo más probable es que no lo haya hecho para que robe y mate desde el gobierno. Así pues, tampoco para reivindicar cualquier crimen o robo del gobierno de su padre sino, en todo caso, por las cosas positivas que hizo por ellos, que las hubo y que nadie puede negar.
Cuando Vargas Llosa instó a votar en la segunda vuelta del 2006 por Alan García contra Ollanta Humala no lo hizo para reivindicar el apocalíptico primer gobierno del líder aprista. Tampoco para legitimar una de las inflaciones más altas del mundo ni la corrupción de entonces que ni los propios apristas niegan. Menos aun, suponemos, la estatización de la banca o los excesos en la guerra contra el terrorismo como los debelamientos de los motines en El Frontón y Lurigancho.
Solo una persona muy desenfocada o fanática hubiera afirmado que el triunfo de García en el 2006 significaba la reivindicación y legitimización de su primer gobierno. Entonces, ¿por qué para Vargas Llosa una eventual victoria de Keiko Fujimori en el 2016 significaría la reivindicación y legitimación del gobierno de su padre?
Por el contrario, fue en el ejercicio de su segundo gobierno que García reivindicó su nombre –y el de su partido–, legitimándose. ¿Cómo? Pues haciendo todo lo contrario a lo que hizo en el primero de sus mandatos, con un crecimiento económico de hasta 10%, inflación cero, apertura de nuestros mercados al mundo y reducción de la pobreza en 20%, llevando al Perú a una de las épocas más prósperas de su vida republicana.
Estos hechos positivos fueron los que llevaron en el 2008 a Vargas Llosa a visitar a García en Palacio para darle su apoyo personal. No lo hizo, por cierto, para legitimar y reivindicar a lo que alguna vez llamó, allá por 1990, gobierno de cacasenos y bribones. “Para mi gran sorpresa, su segundo gobierno ha sido completamente distinto”, dijo en esa oportunidad Vargas Llosa.
Entonces, ¿por qué no podría serlo el primero de Keiko? ¿O tal vez sea esa una sorpresa que no quiera afrontar el escritor?