Ras tas tas... Catorce candidatos que suman y restan –según denuncias– zancadillas, malos cálculos y hojas de vida en las que nadie cree. ¿Es usted doctor o doctora? Pues no me lo creo hasta que vea su título apostillado, oleado y sacramentado.
Creía que los lavapies, robacables, mataperros y otras aberraciones eran suficientes para pensar en la involución –no sé si del ser humano, pero por lo menos de nuestros “padres y madres de la patria”– hasta que, ya no ya, aparece lo abominable: la regencia de un prostíbulo con menores de edad. Realmente, qué aberración. Pero ello no queda allí. Estos sujetos (disculpen no usar unas diez lisuras bien cargadas) discuten con tranquilidad si la propiedad del burdel-bar era suyo, de su suegra o de alguien a quien se lo encargaron para no manchar su nombre.
Leo periódicos, consulto redes sociales y me siento como desdichada, desorientada y abrumada por tanta palabra e imagen sin sentido. No le creo a nadie, sospecho de todos y me cuesta creer que las propuestas para mejorar nuestra ciudad que lanzan nuestros candidatos y candidatas sean viables, se sustenten en estudios técnicos, tengan un equipo idóneo para realizarlas o el apoyo político para salir airosos.
La verdad es que me siento como parte de una película de terror, en la que me persiguen unos personajes siniestros de todos los distritos limeños, como el “Pituco Salinas”, que no entiendo si quiere igualarse con la pituquería limeña o se trata de su apodo; o el colorado Muñoz, que quiere quitarse lo pituco rodeándose en las fotos de campaña con gente humilde. Otros usan alguna característica corporal para generarnos pesadillas como las cejas pobladas de Velarde o el huevo duro animado de Altuve. De todos ellos, que me producen pesadillas, poco sé. Pero lo peor de todo es que el desánimo me lleva a rogar que, como en una serie de dibujos animados, vayan enfrentándose hasta quedar dos oponentes, pero con planes de gobierno sustentados por equipos de trabajos serios.
No creo estar hoy día especialmente pesimista, pero quienes no tenemos intereses políticos claros o una agenda política ideologizada nos encontramos desubicados, desilusionados, descreídos y tristes.
¿Cuánto tendrá que ver el enfriamiento de la economía o la desaparición de la primera dama de los medios de comunicación (que mal que bien nos animaba para el chisme, las primeras planas de los diarios o reemplazaba la ausencia verbal de nuestro presidente)? ¿Y cuánto haber tenido que esperar tres votaciones para conseguir un voto de confianza medio tristón del gabinete?
“Hay algo que se pudre en Dinamarca”. Podemos tomarnos prestadas las palabras de Shakespeare: Hay algo que se pudre en el Perú y es nuestra clase política. Y bueno, llamarla “clase política” es bastante. Repito, no estoy triste hoy día, no me han robado el celular, no me han hackeado mi Facebook. Pero pensar en tener que ir a votar para las elecciones municipales y distritales ya me está generando desazón. ¿Qué hago con mi voto?