A todos nos ha pasado. Compartimos algo en redes sociales y, de pronto, alguien, discretamente o no, nos avisa que esa noticia o meme o información no es real. ¿Qué hacemos? Yo diría que en la mayoría de los casos lo dejamos pasar, lo ignoramos y lo dejamos así. Sinceramente, nos da lo mismo que sea cierto.
Usualmente, se trata de algo inofensivo: un meme chistoso, una imagen ‘photoshopeada’ o la prueba de que los animalitos tienen tantos sentimientos como los humanos.
Pero a veces es una “denuncia”: la corrupción de una figura pública, la insensibilidad de los medios, la prepotencia de un vecino. A veces es un meme, pero a veces, superserio todo, es un enlace a alguna web noticiosa. Da lo mismo si la acusación es infundada o sencillamente falsa: si coincide con tu visión de la realidad, entonces tiene que ser real.
Hay muchos factores que colaboran con este tipo de radicalizaciones pero uno en particular –gracias a las elecciones estadounidenses– ha saltado a la palestra en estos días: Facebook.
La explicación es muy sencilla. La mayoría evita los enfrentamientos en Facebook (y si estás pensando en que ese no es tu caso ni el de mucha gente que conoces, excelente, ya conoces los límites de una de tus burbujas). Esto quiere decir que interactúas menos con la gente que no piensa como tú y viceversa. La consecuencia es que el algoritmo de Facebook sabe qué usuarios son tus preferidos y, por tanto, prioriza el contenido que ellos publican. Esto, a su vez, genera más ‘engagement’ con la plataforma y, por tanto, pasas más tiempo en ella.
El resultado final es que, de todo el contenido que Facebook aloja, se te ofrece lo que confirma tu propia percepción de la realidad. Después de todo, nadie entra a las redes sociales para que sus convicciones sean desafiadas.
Facebook, por supuesto, no es el único desencadenante de nuestro mundo ‘posverdad’, una sociedad en la que todo lo que apela a la emoción y las creencias personales es mucho más influyente en la opinión pública que los datos objetivos.
La gente mira ‘realities’ sabiendo perfectamente que no tienen nada de ‘real’. Eso importa poco. Pero un entorno mediático en el que los periodistas no hacemos ni siquiera el menor intento de ‘fact-checking’ en nuestros medios (y, menos aún, en nuestras redes: nunca falta el colega que comparte con mucha gravedad una noticia falsa o, peor aún, evidentemente satírica).
Estados Unidos acaba de descubrir la ‘posverdad’ (‘post-truth politics’), gracias a la impunidad con la que Trump y sus seguidores actuaron en estos meses. Aquí, desde los 90, la tenemos incorporada como una característica más de ciertos sectores (o momentos, como las elecciones) de nuestra sociedad. Pero las redes han exacerbado esta característica. ¿Hay salida? Por el momento, solo analizar nuestras propias actitudes y pedirle más responsabilidad a los medios. Y esperar que no llegue nuestro Trump.