El logro más importante de los peruanos el 28 de julio de 1821 fue la libertad de elegir a sus autoridades, libertad que hemos hoy recortado al eliminar la reelección. Por respeto a quienes se sacrificaron en esa lucha, y por el bienestar de las nuevas generaciones, debemos corregir ese error. Veamos.
Disculpando la simpleza del ejemplo, ¿qué pensaría el lector si los padres de familia de un colegio, dado que muchos de sus profesores eran malos pedagogos, decidieran que cada año se cambie a todos, malos y buenos? Así, dirían, evitarían que los incapaces sigan en la institución. Sin duda pensará que cometen un error, porque solo conseguirán que cada año lleguen nuevos profesores, tanto buenos como malos. Peor aún, dado que saben que no serán recontratados, los malos se despreocuparán más de su trabajo, y los buenos no postularán a ese colegio, donde no tendrán crecimiento. En el mediano plazo esa institución tendrá, casi exclusivamente, maestros de baja calidad.
Con el mismo análisis respecto a la no reelección de autoridades que los ciudadanos decidimos aplicar en un referéndum hace un tiempo, diría tal vez que fue una pésima decisión. Sus consecuencias se observan ya en la mala calidad de muchos congresistas, y se verán muy pronto en los alcaldes y gobernadores que asumieron en enero, elegidos en comicios donde la inmensa mayoría de candidatos era desconocida.
¿Conviene mantener esa decisión? No, por diversas razones. Primero porque así nunca tendremos dirigentes experimentados, que no pierdan tiempo en aprender el oficio al inicio de su mandato. Segundo, porque no habría autoridades con visión de largo plazo y, en vez de la carretera que se hace en seis años, harán el monumento al gato, que pueden inaugurar en su período. Incluso también porque, como lo ha estudiado el economista Mancur Olson, aunque suene extraño, el mal político que tiene el tiempo contado tratará de robar rápidamente todo lo que pueda, mientras que el que pretende durar, sabe que no debe matar a la gallina a la que roba los huevos de oro.
Pero, por encima de todo, es evidente que, al votar –con el hígado y no con el cerebro– contra la reelección, hemos renunciado al elemento más importante de una democracia: nuestro derecho a elegir. ¿Que eso se debe a que la mayoría es incapaz de escoger bien? Quizás no sabe escoger a los mejores, pero la evidencia de las elecciones anteriores, donde reeligió a menos de un tercio de las autoridades, muestra que sí filtra a muchos malos.
En fin, cualquiera sea la causa, la solución no es dejar de elegir, sino aprender y enseñar a votar mejor. Eso porque al renunciar a reelegir a los buenos, nos condenamos a vivir siempre con los malos. Les deseo una gran semana.