La excanciller Elizabeth Astete pasará a la historia por la frase “no podía darme el lujo de caer enferma” con la que justificó su vacunación. Los diplomáticos se preparan para evitar cualquier palabra o gesto que pueda causarnos problemas con otros países, ¡pero Astete soltó una barbaridad que la enajena del mundo! Según este razonamiento, que incluye la ironía de llamar ‘lujo’ a ‘contagiarse como la mayoría’, la peste queda como una trivialidad para pobres. Solo a los simples mortales les queda el lujo de ser prescindibles. Ella creía que no lo era. Y miren cómo sí lo es: la reemplazaron en un tris.
No creo que la excanciller haya hecho esta reflexión existencial y clasista antes de redactar su carta de renuncia. Me temo que, en este caso, hay distorsiones éticas, profesionales e intelectuales que revelan la necesidad de una reforma radical en la meritocracia de Torre Tagle. Irónicamente, ella fue miembro de la última comisión de ascensos. El nuevo canciller Allan Wagner no tendrá tiempo de hacer grandes cambios –su prioridad son las vacunas–, pero ojalá que los deje encaminados.
Dejemos a Astete y a Pilar Mazzetti con sus conciencias y vayamos a nuestra urgencia nacional. Lo grito en plural inclusivo: ¡no nos demos el lujo de morir! Ante la muerte, es horrible establecer prioridades y largas colas, pero las circunstancias nos obligan a hacerlo. El Gobierno ha hecho bien en negociar con varios laboratorios y hacer la ‘precompra’ de grandes lotes a tres de ellos. Lo que sí pienso que merece una revisión es su lista de segmentos prioritarios.
Se ha establecido una primera fase en exclusiva para la llamada ‘primera línea’ de trabajadores que se encuentran en contacto directo con los contagiados. Los vulnerables adultos mayores recién se vacunarán en la segunda fase. Esto contradice seriamente las decisiones de otros países que han empezado con ambos grupos a la vez. Se percibe un feo aroma a ‘servidor se sirve primero’, de privilegio o lujo de Estado, que valdría la pena replantear.
Más allá de colas y prioridades, la vacunación demorará varias semanas en volverse masiva y efectiva, y la gente seguirá muriendo. ¿Qué hacer? Además de reforzar las operaciones Tayta y, si es posible y aunque sea como pilotos, realizar algunas experiencias de focalización agresiva, el Gobierno tiene que dar la gran batalla de la comunicación. Martín Vizcarra nunca lo entendió; Francisco Sagasti tiene que entenderlo. ¿Acaso sería difícil tener spots con testimonios, consejos y puestas en escena actuadas por los rostros más creíbles y populares del Perú por todos los medios y por todas las redes, persuadiéndonos de no exponernos por gusto?