A nadie le importa, le indigna o le conmueve Alejandro Yovera. Una raya menos no redime al ‘otorongal’. Además, este es un otorongo perfectamente sacrificable. E indolente, porque yo no hubiera dejado que las bancadas jueguen fulbito con mi cabeza, sin buscar tribuna para explicar a la opinión pública que soy un ser humano con sus faltas y sus propósitos de enmienda. Y acto seguido, dar un paso al costado para decir, de modo digno, que no me botan con una patada en el traste, sino que acepto la sentencia y me voy con la frente en alto.
La gran ironía es que este otorongo marcado para resolver la última crisis política no ha sido sentenciado por lavar activos, comer oro, robar cable o violar a nadie; sino por peccata minuta: mentir en su hoja de vida. Una falta gratuita y, por lo tanto, sin dolo evidente. Para ser elegido congresista no se necesitan estudios superiores, ni decir, como él, que tiene una inexistente maestría en la Universidad de Piura.
Por supuesto que no es un santo. Ha sido caserito de la Comisión de Ética. A pedido de esta, el pleno lo suspendió 120 días por esa mentira en la hoja de vida y lo suspendió otra vez cuando lo acusaron de beneficiarse con préstamos obtenidos por sus trabajadores. En el interín se salvó de la acusación de haber simulado una conciliación extrajudicial con su ex esposa e hijos.
Pero la sentencia que motiva el desafuero es por poca cosa. Sobre todo si se la compara a los cuestionamientos que enfrenta su accesitaria Karina Beteta, investigada por lavado de activos producto del narcotráfico, según se reveló en el 2011. Más chocante es el caso de Heriberto Benítez, sindicado por tantas investigaciones periodísticas como brazo político de la mafia ancashina de César Álvarez, suspendido por eso, y ayer usado por el oficialismo –o por un sector de este– para intentar frustrar el desafuero.
Casi todos mis colegas coinciden en que el sacrificio del otorongo se debe a la encarnizada lucha de la oposición, voto a voto, por arrebatar la presidencia de la Mesa Directiva al nacionalismo. Y que las dilaciones para desaforarlo se deben a la desesperación del nacionalismo por mantener ese puesto que no asegura mayoría en nada, pero que permite el manejo táctico de recursos, plazos y cuestiones previas.
Sin embargo, antes que el cálculo fino de la matemática posible, yo veo mera soberbia y mediocridad, incapacidad para torcer el brazo y dar la mano acuerdista que les permita negociar un fin de gobierno decoroso, con facultades delegadas. Nadie sabe si el voto de Yovera o el de su accesitaria Beteta, que se alinearía con el fujimorismo, va a hacer la diferencia. La impredictibilidad de los resultados es la que manda desde que el nacionalismo perdió bloques enteros de congresistas, sin que la oposición se los arrebatara.
Con todas estas ironías, no sugiero que relativicemos las normas. La ley manda el desafuero de Yovera y su reemplazo por Beteta, punto. Las señalo porque delatan que, en la crispación, se pierde el cálculo político fino y la sana vocación negociadora; se echa mano a todas las maniobras y se pisan todos los palitos, como ayer con Benítez. Para nuestro consuelo, la crispación tiene un límite: cuando los peleones ven que se les mueve el piso común a todos, con amenazas de jaque a la gobernabilidad o cierre de Congreso, entonces dejan de jalarse las mechas y se arreglan las solapas. Párenla, que ya estuvo bueno, ya.