En los últimos años hemos recibido elogios por nuestros eventos deportivos, demostrando una capacidad de gestión nunca antes vista y una ruta al éxito.
Con los Juegos Panamericanos Lima 2019, la frase “por fin nos cambió el chip” asumió que ya sabíamos hacer las cosas bien. Pero ¿39 preseas reflejaron un logro para nuestra delegación? ¿O frente a EE.UU. y sus 293 medallas no fueron más bien muestras del lejano estatus de élite con jóvenes clamando por infraestructuras adecuadas, inversiones y responsabilidad en un área que trabaja con el saco al hombro?
La función principal del IPD recae en mejorar la calidad de vida promoviendo, organizando y facilitando el desarrollo del deporte competitivo como herramienta de cambio social. ¿Es cierto esto?
Observemos el caso de Eriberto Gutiérrez, canoísta peruano ganador de la medalla de bronce en Santiago 2023, que rechazó la condecoración del alcalde de su natal Abancay, diciendo: “Qué irónico recibir un reconocimiento cuando el esfuerzo fue solo mío”. Sumemos a Christian Pacheco, bicampeón panamericano y oro en la maratón masculina, a quien nadie recibió cuando volvió de Chile y solo le quedó tomar un taxi e irse a su hotel.
El desarrollo no puede quedar en promesas, trasladándole las responsabilidades a entidades privadas y a los atletas que dedican su tiempo y esfuerzo, no para hacerse ricos, sino por pasión.
Cambiar significa mucho más que ser llamados “exitosos” anfitriones; en el caso del IPD, significa ser eficientes cumpliendo sus metas institucionales.