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El intento de autogolpe del presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, a inicios del pasado mes de diciembre es una muestra de cómo la polarización extrema de la sociedad está perjudicando profundamente la democracia en el mundo. Lo vivimos nosotros el 7 de diciembre del 2022, con el autogolpe más corto e ingenuo del siglo, o en Brasil con el intento de golpe de Estado por el que Jair Bolsonaro fue acusado el pasado 21 de noviembre. Estos intentos de consolidar el poder absoluto no son solo casos locales; reflejan una crisis global que amenaza a las democracias de todo el mundo, desgastando las instituciones y debilitando el pacto social.
Yoon justificó su declaración de la ley marcial apelando a la amenaza de “fuerzas pro norcoreanas” y con el argumento de “resguardar la democracia”. Sin embargo, la medida restringe derechos fundamentales como la libertad de prensa, reunión y manifestación, libertades esenciales para cualquier democracia.
La paradoja de “proteger” la democracia mediante disposiciones autoritarias es una muestra de cómo los líderes polarizantes rechazan el debate político y recurren a una lucha contra “enemigos” con quienes no se puede dialogar ni negociar, solo deslegitimar y silenciar. Un ejemplo alarmante es el atentado al Tribunal Supremo de Brasilia, ocurrido el pasado 13 de noviembre, donde un hombre se hizo estallar impulsado por un discurso que calificaba a sus adversarios políticos de “comunistas de m*****”. Este acto de violencia evidencia cómo la democracia se debilita desde dentro, afectando a las demás instituciones y disminuyendo el poder de los contrapesos que deberían sostenerla.
Esta situación, que comienza en el ámbito político, se extiende a toda la sociedad. Estamos en una época marcada por etiquetas que, lejos de unirnos, nos dividen: “fascista”, “caviar”, “terruco”. A 35 años de la caída del Muro de Berlín, seguimos levantando muros, alimentando la tensión social y corroyendo los principios fundamentales de la democracia.