Tras terminar su segundo gobierno, por un tiempo pareció que Alan García era algo así como el rey del Perú. Podía estar gobernando otra persona, pero eso era pasajero. El poder del líder aprista era consistente e inmutable. Y, tras haber conducido el país durante una etapa de bonanza económica y haber convertido casi en un acto de inadmisible descortesía recordarle los miasmas de su primer gobierno, parecía seguro que volvería a Palacio.
Es cierto que, por un momento, Nadine Heredia dio la impresión de poder echar a perder ese proyecto. Pero Alan se la sacó de encima sin despeinarse demasiado con aquello de ‘la reelección conyugal’ y gracias a la torpe angurria por el fasto exhibida por su efímera retadora.
Así las cosas, el camino de regreso a la presidencia lucía despejado y la contienda electoral previa, solo como una ocasión de ostentar los atributos que sus rivales, a no dudarlo, secretamente le envidiaban. Hasta que empezaron a aparecer las encuestas…
Olímpicos panzazos
A lo largo del año que ha antecedido al acto electoral que se cumplirá el próximo 10 de abril, efectivamente, los sondeos de intención de voto se han resistido a reflejar la soberbia majestad del candidato de la Alianza Popular frente a sus rústicos adversarios: empezó tercero, se deslizó lentamente al cuarto lugar y ahora finalmente parece haberse afianzado en el quinto… Lo que –si uno lo piensa-, entre 17 o 16 competidores, no está tan mal. Pero parece que a él no le gusta, como nítidamente lo sugieren el trato áspero que les dispensa a sus partidarios y sus arrebatos con la prensa.
La tesis de que lo rezagado de su posición obedece a una conjura de las empresas encuestadoras y los medios se asemeja, sin embargo, más a un discurso diagnosticable que a una seria descripción de la realidad. Y quizás haría bien el líder aprista en ensayar alguna otra interpretación de los hechos.
¿No podría ser, por ejemplo, que la apuesta de la alianza con Lourdes Flores le salió mal y en lugar de transmitir la imagen de solidez y solvencia que se buscaba, hizo de ellos el símbolo de la política trasnochada, pasándoles la factura hasta de los desaguisados que no cometieron? ¿No le tinca que tal vez su intento de cautivar a los jóvenes ofreciéndoles un ministerio que se encargase de lo que ya otros tres o cuatro ministerios se encargan (educación, trabajo, vivienda, etc.) fue un olímpico panzazo? ¿No se anima a considerar, por último, que acaso la gente se puede haber cansado de la vocación de cubrir las verdades evidentes sobre los pasados despropósitos económicos o las más recientes gracias presidenciales con un torrente de palabras hueras?
Cierto es que confirmar la eventual validez de una o varias de estas hipótesis ya no le serviría para enmendar las cosas en esta elección. Pero por lo menos le daría algo con qué distraerse, en vez de estar contemplando irritado cómo, sondeo a sondeo, es despojado de algún nuevo emblema de su viejo poder.
Futuro diferente
¿Tiene García todavía chance de revertir este escenario y cuando menos dejar de ser el quinto? ¿Está liquidada su carrera política, como anhelan sus enemigos? Pues lo primero, aunque no imposible, parece cada vez más improbable. En lo que concierne a lo segundo, en cambio, el panorama no luce tan desolador. Si pierde ahora, en el 2021 podría postular, por ejemplo, al Parlamento Andino. Y fijo que se la lleva.
(Publicado en la revista Somos el sábado 19 de marzo del 2016)