“Perdóname. Normalmente soy un respetuoso. Pero váyase al carajo”. “Lo tienes todo: totalitaria, dogmática, feminazi y fan de Roger Waters. Monstruo”. “Está usted defendiendo el modelo de educación de las juventudes hitlerianas”. Más o menos ese fue el tono de más de un centenar de mensajes que recibí cuando dije una vez en Twitter que los niñas y niños no son “propiedad” de sus padres sino personas con derecho a recibir una educación con enfoque de género.
La violencia contra la mujer se amolda a nuevos escenarios. El fenómeno que vemos en redes sociales es más de lo que vemos en la vida real. “El machismo se adapta y se perfila, se acomoda en todos los espacios que se crean y desarrollan entre las personas”, dice Marieliv Flores, investigadora de Hiperderecho. El informe que acaban de publicar sobre la violencia de género en línea en Perú, “Conocer para resistir”, así lo confirma. Pueden verlo aquí.
Cerca de 200 personas fueron entrevistadas. La mayoría, mujeres. El 80% reconoció ser víctima de insultos y lenguajes agresivos y el 63% de hostigamiento o acoso. Estas son las dos principales formas de violencia de género en línea.
'Ciber agresiones'Las palabras pueden agredir con igual intensidad que los golpes. Hay algo en redes que hace que estos espacios se vuelvan particularmente violentos. Insultos, vejámenes, piropos, vulgaridades, navegan por el ciberespacio con total impunidad. Flores explica que las agresiones se valen de las características únicas de la tecnología: del anonimato, la proximidad, la rapidez y la permanencia del contenido.
El anonimato te permite cambiar de identidad en segundos. A los agresores, sin embargo, la oportunidad de ser “otro” le da más valentía y soltura. Según el informe de Hiperderecho, desinhibe a personas que en espacios físicos no se atreverían a ejercer violencia, colocando a los agresores en una posición de poder ante personas cuya identidad sí se conoce. “Ahora que se van a La Victoria, ten más cuidado, ahí sí te violan causa”, me dijo hoy un usuario llamado “Perra Calata”.
Fátima Toche, abogada especialista en este tema, dice que el anonimato es clave, pero en casos de acoso sexual, si uno analiza las denuncias, los agresores aparecen con nombre y apellido porque hay algo más que los respalda: la sensación de impunidad. La proximidad entre los usuarios de internet -a un clic de distancia- hace que las agresiones puedan venir de personas que no necesariamente están en un círculo social inmediato. No tiene que conocernos quien nos escribe. Las dinámicas son similares al acoso sexual callejero donde los agresores son igualmente desconocidos.
La rapidez con la que viaja la noticia, señala Flores, facilita que las agresiones puedan difundirse y replicarse rápidamente. “En este contexto, las imágenes íntimas sin consentimiento vuelan”. Y esto, se agrava, por la permanencia de contenidos que uno ya no puede controlar.
Los agresores, además, no actúan solos. Se juntan como un colectivo de machistas con estrategias de organización importantes donde deciden a quién atacar y cómo hacerlo: “Entre ellos dicen: ‘este mes, se ha atacado a tales personas y el mejor ataque, vamos a premiarlo”, explica Flores.
Toche sostiene que los agresores saben que tienen una audiencia que los aplaude, por tanto, se siente respaldados y continúan haciéndolo. “Se potencian entre ellos; se crean foros, grupos cerrados en Facebook, en WhatsApp, donde se orquestan estos ataques masivos a feministas, periodistas y a cualquier mujer que tiene una opinión; las agresiones siempre van en escalada“, señala.
Acoso Sexual VirtualPor años, las mujeres hemos tenido que soportar el acoso sexual al ingresar al mundo digital. Desde setiembre del 2018, sin embargo, el fenómeno hoy es delito. Por acoso sexual se entiende el acto de vigilar, hostigar, perseguir, asediar o buscar establecer contacto con una persona con miras a realizar actos de connotación sexual sin su consentimiento. Según la ley, no tiene que ser reiterativo y puede darse también a través de las tecnologías de la comunicación.
Los problemas de este delito son varios. Primero, saber identificarlo. Solo la víctima puede definir un comentario sexual no deseado. “En la medida en que haya una perturbación de su tranquilidad psicológica, su rutina, desarrollo de la personalidad, ella es quien lo determina”, indica Toche. Algunas puede reaccionar con un bloqueo, pero a otras puede no ser suficiente, agrega.
Segundo, que quienes deban aplicar la ley, lo hagan. “Yo trabajo el tema de explotación sexual de menores y cuando los padres van a la policía a enseñarles los mensajes les dicen: bloquéalos, pues”, cuenta Toche. Que los jueces, fiscales o policías no están capacitados en temas tecnológicos, y de género es, en su opinión, “una combinación nefasta”.
Tercero, probarlo. Si uno cree que basta mostrar un pantallazo para demostrar que hay un delito de acoso sexual, en la práctica, es insuficiente. Según Toche, dado que hay una gran falencia de peritos informáticos que prueben la autenticidad de los pantallazos, los agresores suelen aprovecharse de esto para impugnarlos y decir que han sido trucados, manipulados, o que un tercero utilizó su celular y lo hackeó. Por estos problemas, “la gran mayoría de casos se cae a mitad de camino”, sostiene la abogada.
“En gran parte de los chats viralizados, hay risas incómodas, se ve que la persona trata de cambiar de tema, hay silencios, no se dan cuenta y persisten; se ve que la respuesta no está en el mismo tono y cualquiera que lo analiza conociendo lo que es el respeto a una persona debería entender [que no hay consentimiento]“, explica Toche.
Respuestas El informe de Hiperderecho evidencia que estos mensajes de agresiones, insultos, acoso tienen un impacto en la salud mental de las personas: 73% siente frustración e impotencia, 61% sensación de inseguridad, 45% estrés o ansiedad, 38% miedo y 25% inestabilidad emocional. “Hay una sensación de inseguridad que se agrava al que ya tenemos por ser mujeres y a veces las víctimas tienen miedo a salir a la calle porque no saben si el acosador pueda aparecer en algún lugar”, comenta Flores.
Ante la falta de una justicia formal que pueda sancionar estas conductas, es frecuente recurrir a la sanción social para disuadirlas. Basta buscar en Twitter la cuenta “Gileritos Out of Context”, para comprobarlo (ver las imágenes). “Me parecen iniciativas muy buenas porque visibiliza estas actitudes y deja de normalizarlas, haciéndolas ver como conductas inadecuadas, y en algunos casos, como delitos”, comenta Toche.
Además de ello, existen las medidas de autoprotección. Bloquear y reportar es un ejemplo. “Siempre hay que guardar los pantallazos de acoso y violencia de género, resguardar tus datos personales, nunca poner tu dirección exacta y saber que puedes denunciar a la DIVIAT en la Policía”, sugiere la abogada.
“Es complejo porque al final de esto, está la violencia estructural, el patriarcado y los estereotipos que nos bombardean de que la mujer está subordinada a los arrebatos sexuales del hombre y que los hombres tienen un derecho a aproximarse cuando les da la gana, cuando no es así”, precisa Toche.