VANESSA ROMO / CRISTINA FERNÁNDEZ
La lucha contra la corrupción y por la defensa del territorio indígena dejó testimonios como el de Fiorela Nolasco, Ruth Buendía y Edwin Chota, este último asesinado por madereros ilegales.
1. Fiorela Nolasco: La joven chimbotana que se enfrentó a un gobierno corrupto
La muerte de su padre Ezequiel Nolasco, quien denunció por meses la corrupción en el Gobierno Regional de Áncash, la empujó a liderar la lucha contra la impunidad en este departamento. Desde Chimbote y con un chaleco antibalas que debe vestir en todo momento, Fiorela Nolasco, de 21 años, sigue con esta labor agotadora.
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Desde hace 10 meses, la vida se volvió más difícil para Fiorela Nolasco Blas, de 21 años. El 14 de marzo pasado, un grupo de sicarios asesinó a su padre, el consejero regional de Áncash Ezequiel Nolasco. Cuatro años antes mataron a su hermano mayor. Hoy es la primera Navidad que pasa sin los dos hombres que más amaba en la vida.
Su padre murió con la garganta gastada de denunciar la red de corrupción que se enquistó en el Gobierno Regional de Áncash, con el ahora encarcelado César Álvarez a la cabeza. Tres balazos lo callaron. Desde ese día Fiorela clama justicia a viva voz.
La actual presidenta de la Junta de Fiscales del Santa, Nancy Moreno Rivera, opina que esta situación exige la reflexión de los órganos de justicia. “No debemos esperar que las personas reclamen justicia. Es nuestra obligación que no se genere impunidad”, señala.
Han pasado 286 días desde que mataron a su padre, desde que no descansa tranquila por temor a que atenten contra ella, su madre o sus hermanas. Aunque el dolor la invade por momentos, sabe que no puede parar hasta que haya avances con respecto a la muerte de su padre. Fiorela no quiere venganza, solo pide justicia.
2. Edwin Chota y la historia de los indígenas asesinados por defender sus tierras
“Sentimos un vacío por parte del Gobierno Peruano”, decía el líder indígena Edwin Chota un año antes de morir asesinado por madereros ilegales en setiembre pasado. Por 12 años su pueblo de Saweto, en la frontera con Brasil, pidió al Estado la titulación de sus tierras. Con la muerte de sus líderes, Saweto recibirá ese pedido con un sentimiento agridulce y la demanda de justicia.
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El 1 de setiembre, el crimen de cuatro indígenas asháninkas en Ucayali hizo recordar que las fronteras ubicadas en la selva existen. Edwin Chota, Jorge Ríos, Leoncio Quinticima y Francisco Pineda fueron descuartizados en la comunidad de Saweto, en medio de las tierras que nunca se cansaron de cuidar y a manos de los que las depredaban, los madereros ilegales.
Ninguna autoridad regional ni estatal podía decir que nunca les habían pedido apoyo. Durante 12 años, Chota y Ríos lideraron el reclamo por la titulación de su comunidad.
“Los madereros abusaron de nuestro pueblo asháninka por decenas de años. Como eran analfabetos y no sabían sus derechos, se aceptó ese maltrato pero nos cansamos”, dice Diana Ríos, la hija de Jorge. Luego del asesinato de los líderes de su comunidad y a sus 21 años, ella quedó a la cabeza de esa lucha.
La viceministra de Interculturalidad del Ministerio de Cultura, Patricia Balbuena, reconoce este olvido estatal del pueblo indígena. “El caso Saweto nos bajó al piso, hizo ver cuán lejos estamos de ellos y lo lento que aún se ha trabajado con respecto a la titulación de sus tierra y el cuidado de sus recursos naturales, que son su medio de subsistencia”, dice.
El defensor del Pueblo, Eduardo Vega, agrega que el Estado ha estado alejado de la visión del pueblo indígena sobre la importancia de su territorio. “Es parte de su vida, su fuente de alimentación y por eso la cuidan. Edwin Chota luchó por la idea de vivir del bosque y no depredarlo”, comenta.
Balbuena también resalta la seguridad en estas comunidades. “Las zonas de frontera están expuestas a las mafias. Un puesto policial fue instalado en setiembre pero falta definir un lugar más estratégico”, dice.
Las autoridades de Agricultura les han prometido a los deudos de Saweto que en un mes obtendrán el título de su comunidad. Pero esa inseguridad aún asusta a Diana. “¿De qué vale tener título si tenemos al enemigo tan cerca?”, se pregunta. Allá en la selva impune, ella espera que no haya una nueva muerte para que los vuelvan a recordar.
3. Ruth Buendía: La fuerza de la mujer asháninka que el mundo reconoció
Cuando en el 2010 se decidió construir la represa hidroeléctrica de Pakitzapango, en la selva de Junín, el pueblo asháninka del río Ene levantó su voz porque no fue consultado. La lideresa de este movimiento fue Ruth Buendía, quien por esta lucha ha recibido tres reconocimientos internacionales que le han permitido ser más escuchada.
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Ruth Buendía Mestoquiari valora los reconocimientos internacionales que ha recibido este año porque cree que la acercarán más al cambio que exige para la vida de los asháninkas del río Ene, en el medio del Vraem: educación de calidad, acceso a servicios de salud, sentirse ciudadanos en su propio país.
Ella cuenta que esa fue la razón por la que se enfrentó a una decisión nacional de construir una represa hidroeléctrica en Pakitzapango, la cual inundaría 73 mil hectáreas de bosque, entre ellas sus tierras ancestrales, y que se aprobó sin consulta previa. La batalla de Ruth se ha basado en exigir una inversión responsable.
“Siempre se nos ha calificado como un obstáculo. Los pueblos indígenas no estamos rechazando el desarrollo, sino que queremos uno que nos incluya. Para nosotros, desarrollo es buena educación, que nuestros jóvenes puedan competir en las universidades o en el mercado laboral”, dice Ruth.
Ese discurso que se difundió en escenarios internacionales hizo que el proyecto hidroenergético se paralizara y evitó que su pueblo sea forzado a desplazarse, algo que ya había sucedido en la época del terrorismo.
Tarcila Rivera, activista de los derechos indígenas, señala que estos casos son importantes porque ayudan a cambiar el paradigma de ver a los indígenas como perdedores o pasivos. “Hay mujeres como Ruth Buendía que son ejemplos a seguir y deben ser incluidos como parte de la historia de nuestros pueblos”, dice.
Por esta tarea incansable es que la lideresa indígena recibió en abril el premio Goldman, el reconocimiento mundial más importante entregado a ambientalistas de base. Tres meses después fue condecorada con el premio Bartolomé de las Casas, por el Ministerio de Relaciones Exteriores de España.
Pero estos reconocimientos están lejos de ser un reflejo de la consideración a la mujer indígena. “Que me premien no significa que le den oportunidad a todas las mujeres indígenas. Que ahora me escuchen tampoco significa que estén tomando en cuenta lo que digo”, lamenta Ruth, aunque sabe que está en el camino del cambio.