La mujer camina, se sienta en un banco de madera, escoge el arroz para la comida, conversa con sus hijos, atiza la cocina. Pero no se mete a esa carpa blanca, con los cierres malogrados, que descansa sobre un arenal del Bajo Piura. No de día. “Esa carpa sancocha el cuerpo, nos ahoga”, dice Josefa Rivas Sandoval (64), una mujer de Pedregal Grande (Catacaos) que resultó damnificada hace poco más de dos meses.
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Es mediodía en el refugio San Pablo, ubicado en el kilómetro 980 de la Panamericana Norte. Grupos de damnificados reposan bajo techos de calamina y paredes de esteras que ellos mismos levantaron. Evitan las carpas, pero no pueden escapar de las moscas que atacan los alimentos que preparan en cocinas a leña. Aquí viven 2.552 personas desde fines de marzo, cuando se desbordó el río Piura. Ellos luchan a diario contra la inclemencia del sol y los estragos de las lluvias. Sin ventiladores, sin cocinas a gas, sin trabajo, sin un techo seguro y con miedo. Miedo a que el río los arrastre de nuevo. “A Pedregal ya no volvemos. Si Diosito nos ha dado otra oportunidad, la vamos a aprovechar. Acuérdese que el río se salió de día, imagínese si hubiera sido de noche: moríamos ahogados”, dice María Acedo Vilchérrez (60). La situación es la misma en el albergue Santa Rosa, en la localidad de Cura Mori, donde 6.400 damnificados sobreviven en las mismas condiciones de calor y hacinamiento. –Los que volvieron–Otros, en cambio, sí regresaron. Rosa Silupú Aquino (51), madre de cuatro niños, es una de las 2.000 personas que volvieron a Pedregal Grande hace un mes. Ilusionada con retomar la vida que el río le arrebató, conforme pasaron los días se dio cuenta de que nada sería igual. No había techo, ni paredes de quincha ni camas donde dormir. Volvieron a las carpas, no a las del refugio San Pablo, sino a las que colocaron frente a su casa, en una loma de Molino Azul. Estas carpas son un refugio solo en las noches, porque de día son como brasa caliente. Durante el día, los vecinos de Molino Azul deambulan por la calle o se sientan afuera de sus casas a esperar alguna donación. “El Gobierno nos ha olvidado. No tenemos techos, ni paredes ni trabajo, porque el agua inundó el arroz de las chacras”, dice Silupú. En la calle donde vive, el barro sigue recordando la furia de la naturaleza, pero también el olvido de sus autoridades. Los buzones del desagüe no tienen tapa, la basura se acumula. El alcalde de Catacaos, Juan Cieza, dice que aún falta limpiar unas tres toneladas de basura en su distrito.
–Reconstruir Piura–En la ciudad de Piura el problema se concentra en las pistas: algunas tienen huecos, otras siguen polvorientas, otras están mal parchadas. El gerente de Infraestructura de la comuna local, Richard Lescano, asegura que en dos semanas se habrán rehabilitado ocho avenidas de la ciudad. “Tenemos el proyecto para arreglar 11 pistas en varios puntos de la ciudad, como las avenidas Bolognesi, Tallanes, Málaga, Andrés Avelino Cáceres, Los Incas y San Eduardo. Todo depende de que el municipio apruebe el uso de las utilidades de la Caja Piura”, dijo el funcionario. En Piura la sensación es de que todo marcha lento en el proceso de reconstrucción. Según ha explicado el gobernador regional Reynaldo Hilbck, el proceso de reconstrucción en sí comenzará en 100 días, luego de que se culminen los perfiles técnicos de las obras a ejecutar. “Hemos priorizado la ejecución del drenaje pluvial para la ciudad, así como la limpieza del río desde Los Ejidos hasta Chutuque, y el reforzamiento de las defensas del río Chira y Piura”, dijo Hilbck.
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