La frase parece profética: “Dios tarda, pero nunca olvida”. En medio del desierto caliente del albergue Túpac Amaru, esa cita bíblica se lee con un suspiro en uno de los triplays de la vivienda de Elvia Espinoza Chiroque (41 años), natural del distrito de Cura Mori.
La mujer, madre de cinco menores, no recuerda en qué momento escribió esa frase con color verde esperanza en la fachada de su casa. Debió haber sido algún día de los dos años que lleva viviendo allí, rodeada de otras 700 familias damnificadas tras el desborde del río Piura, en la región del mismo nombre.
“Ese día fue bien triste”, es lo primero que dice Elvia al recordar el 27 de marzo del 2017, cuando el caudal del río Piura superó los 3.400 m3/s luego de una intensa lluvia que duró casi 15 horas. “Ya nos habían advertido (de un posible desborde del río), pero no creímos que iba a ser para tanto”, se lamenta, apoyada en el umbral de su puerta de calamina.
Aquel día, el río Piura se convirtió en el verdugo de las poblaciones de Castilla, Catacaos, Cura Mori, Narihualá y Simbilá, incluidos varios caseríos rurales. Las lluvias, que hasta ese momento ya habían dejado varios daños personales y materiales en la sierra piurana y sus accesos, elevaron las cifras de afectados y damnificados en el Bajo Piura.
- LO QUE EL AGUA NOS DEJÓ -Según el Centro de Operaciones de Emergencia Regional (COEN), luego de El Niño costero 2017, en la región Piura hubo un total de 91.835 personas damnificadas, 310.570 afectados, 39 heridos, 18 fallecidos y 4 desaparecidos.
Una de las víctimas mortales fue el hijo de María Socorro Sullón, Pedro Pablo, quien no llegó a cumplir los treinta años debido a que fue alcanzado por un relámpago durante una tormenta eléctrica. “Mi hijo subió a arreglar el techo porque estaba lloviendo fuertísimo. De pronto escuchamos un ruido fuerte y luego vi a mi hijo en el suelo”, narra la madre.
Su muerte ocurrió el 11 de marzo, dos semanas antes de la tragedia. María Sullón pensó que, durante la inundación, también perdería a sus otros cuatro hijos. “No me olvido de ese día, todos llorábamos. Salimos como sea, con lo que teníamos puesto, porque el río se desbordó desde temprano y no pudimos sacar nada”, recuerda la madre de familia.
Al igual que María Sullón, más de 7 mil personas pasaron de ser pobladores de Cura Mori a desplazados por el desborde. Se refugiaron donde pudieron: casas de familiares, coliseo, el terreno que convirtieron en albergue y hasta en colegios; y dejaron atrás ─mejor dicho, bajo el agua─ los caseríos de Cristo Viene, Santa Rosa, Túpac Amaru y Jesús de Nazareth.
Paralelamente, por la mañana de 27 de marzo, el agua del río Piura llegó a Pedregal Chico, Narihualá, Pedregal Grande, Nuevo Pedregal, La Campiña y Molino Azul, en Catacaos. Más tarde, el centro de este distrito también se convirtió en una extensión del caudal. Son memorables esas imágenes de la Plaza de Armas, el mercado, la comisaría, el centro de salud y hasta parte de la Catedral sumergidos en el agua turbia.
“Se nos murieron ahogados todos nuestros animalitos, mis nietos salieron en ollas, otros fueron rescatados en bateas”, narra María More Rivas, desde el albergue San Pablo, donde vive desde hace dos años. “A las criaturas las teníamos que engañar con agua y galletas, porque no había alimento; recién después de dos días llegó la ayuda”, agrega.
El sector donde vivía María More, Nuevo Pedregal, en Catacaos, fue escenario de una de las fotos más representativas de aquella tragedia. Aparece un señor con el agua al cuello cargando en hombros a un niño visiblemente asustado. Detrás, un grupo de señoras son llevadas en un bote. El lugar parece el mismo río Piura, pero es una calle por donde suelen transitar desde mototaxis hasta agricultores a caballo o en carretilla.
Si bien hay un buen grupo de damnificados que permanece en los albergues, esperando la regularización del terreno y dotación de servicios básicos; hay quienes, paulatinamente, han optado por volver a sus lugares de origen y emprender, por su cuenta, un proceso de reconstrucción de sus viviendas, de sus hogares, de sus vidas.
- Y ENTONCES, LAS PROMESAS -Los ofrecimientos de las autoridades después del desborde del río Piura llegaron como gotas de lluvia, pero el cumplimiento de tales promesas ha sido similar a una sequía. Por ello, el golpe de aquel 27 de marzo no solo devastó las pistas, veredas y sistemas de alcantarillado, sino también la confianza de la población.
En dos años, han llegado a los lugares afectados dos directores ejecutivos de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios (ARCC), dos presidentes de la República, cuatro titulares de la PCM y decenas de ministros y funcionarios.Santos Yamunaqué Chero recuerda que, mientras en Lima se creaba la ARCC, en su casa de Pedregal Grande todavía se hacían esfuerzos para retirar el agua y el barro. “Un mes estuvimos aquí con el agua, un mes nos duró la inundación, aunque las consecuencias hasta ahora se perciben”, comenta el ciudadano, actual alcalde delegado de su caserío.Para Yamunaqué, una de las grandes promesas pendientes desde el Estado es la dotación de viviendas temporales y definitivas. “La población se ve en la disyuntiva de quedarse en el terreno de los albergues a esperar nuevas viviendas y servicios, o regresar a sus casas en Catacaos o Cura Mori, y volverse a exponer al peligro”, considera.En opinión de Ángela Ramos Castro (59), quien vive en el albergue Santa Rosa, “cada vez que vienen autoridades, nos alegramos, porque dicen que van a atender las necesidades, pero luego vemos que no hay respuesta”. La ciudadana dice que más presencia han tenido las ONG con proyección social que las instituciones del Estado.Otra promesa pendiente es el mejoramiento de los sistemas de agua y alcantarillado para Pedregal y Cura Mori, una obra indispensable para la reconstrucción definitiva de las vías (caminos vecinales, pistas y veredas). Además, está pendiente la ejecución de proyectos de drenaje pluvial, tanto para la ciudad como para las zonas rurales.
Si bien hasta enero del 2019, Piura, la región más afectada por las lluvias e inundaciones, recibió del Ejecutivo un total de S/ 1.976 millones, de los que solo se ejecutó el 29 %, es decir, S/ 576 millones, la población percibe poco el impacto de esas transferencias.“Aquí el agua es escasa, la cosa parece que sigue igual (respecto del año 2017), no vemos las obras que nos dicen”, señala Andrés Ramos Marcelo (60), morador del albergue Cristo Viene. En sus palabras, urge la generación de puestos de trabajo, pues la gran mayoría de damnificados perdió ganado y cultivos, y hoy se mantiene con empleos temporales.A finales de febrero pasado, una advertencia de la crecida del río Piura volvió a alarmar a la población del Bajo Piura. El caudal alcanzó 1.500 m3/s y no suponía un riesgo, pero varias familias decidieron llevar sus pertenencias a los techos de sus viviendas o alistarse para la evacuación. Hay un miedo constante a inundarse.“Fue bien feo lo que nos sucedió y no queremos que nos vuelva a pasar”, manifiesta Elvia Espinoza, al lado de la frase profética. Bajo el calor de su techo de calamina, la mujer aún abriga esperanza. Además, de las delgadas colchonetas que hace 2 años le entregó Indeci, también conserva fuerzas para continuar. La reconstrucción tarda, y a veces olvida.