En el distrito de Ubinas, en la provincia moqueguana de Sánchez Cerro, hay una imagen que se repite constantemente y que se puede ver en la pared del municipio, en la cabina de la única radio local, en el restaurante, en un muro del colegio: es un mapa satelital del volcán Ubinas –también llamado San Pedro–, esa masa enorme que domina toda esta zona y cuya cumbre humeante puede verse desde todas partes.
El centro de este mapa determina la posición del cráter y alrededor figuran, en color amarillo, naranja o rojo, según su ubicación, el grado de peligro en el que se encuentran los pueblitos aledaños ante una eventual erupción. Se puede ver, por ejemplo, un puntito muy cercano al cráter mismo, a una distancia real de cuatro kilómetros: es el anexo de Querapi. Si en este momento el volcán expulsara magma, piedras o gases, los primeros afectados de gravedad serían los pocos pobladores que aquí viven. Este caserío, por supuesto, tiene que ser reubicado y su población, evacuada. Sin embargo, la desconfianza de los comuneros de Querapi y las malas experiencias pasadas los han hecho tomar una decisión que puede resultar incluso inexplicable en un lugar y en un momento como este: ellos aseguran que no se irán.
"En el 2006, las cenizas y gases tóxicos obligaron a evacuar a 1.300 personas"
PUEBLO SIN LUGAR
A mediados del 2006, la emi- sión de cenizas y gases al- tamente tóxicos del volcán Ubinas, el más activo del país, obligó a evacuar a más de 1.300 pobladores de la localidad del mismo nombre hacia las pampas de Candagua. Por aquellos mismos meses, además, los 46 habitantes y tres profesores de Querapi fueron reubicados temporalmente en la localidad de Anascapa.
En los años posteriores, el Ubinas tuvo un comportamiento regular, nada de qué preocuparse. Las últimas alertas lanzadas por el volcán fueron emitidas en octubre del 2013 y, más recientemente, en febrero de este año, a partir de exhalaciones y el ascenso del magma, es decir, de la lava, que podría ahora encontrarse apenas a unos 300 metros de profundidad. Somos acompañó a un equipo de Defensa Civil a una inspección al cráter del Ubinas y se pudo apreciar una leve –aunque constante– expulsión de fumarolas y un rugido permanente, como de una olla a presión a enorme escala. Semanas atrás, Pablo Masías, el técnico encargado del Observatorio Vulcanológico de Ingemmet, explicó en una reunión con autoridades de la zona: “La masa va a tener que salir sí o sí. No sabemos en cuánto tiempo ni de qué forma”.
LA REUBICACIÓN
Ante esta situación, el Gobierno Regional de Moquegua decidió que las 15 familias de Querapi serían enviadas temporalmente a un albergue ubicado en Sachuaya, a una hora en auto desde Querapi. “Pero nosotros hemos decidido que no iremos”, aclara Pedro Crisólogo, agente municipal de Querapi. Él asegura que en el 2006, cuando fueron evacuados, diariamente un ómnibus los trasladaba de Anascapa a Querapi para que pudieran realizar sus trabajos en el campo y la ganadería, pero que poco después este apoyo disminuyó. “Ya no nos quisieron traer en ómnibus, así que diariamente y durante nueve meses hemos caminado hasta aquí para trabajar la siembra y cuidar a los animales. Después nos desesperamos, ya no podíamos seguir así”, recuerda Pedro. Finalmente, en el 2007 pensaron volver a Querapi.
Ya el volcán mostraba una menor actividad, así que tomaron dos decisiones: la primera fue regresar para instalarse nuevamente; la segunda fue aceptar únicamente una reubicación definitiva del pueblo entero, pero ya no evacuaciones temporales. Por eso es que ahora, a pesar de que los módulos de vivienda instalados están casi listos, ellos no se moverán de su tierra, ni siquiera ante la amenaza del volcán.
El albergue consiste en 15 casitas, pero no de adobe, como las que se suelen ver en las zonas altoandinas, sino de madera prefabricada, de unos cuatro metros cuadrados cada una. El piso es de tierra y re- cién se iban a instalar venta- nas y puertas, además de un sistema básico de desagüe. Desde cualquier punto de vista es insuficiente, si tenemos en cuenta que las temperaturas en la madrugada bordean los cero grados centígrados.
EL OLVIDO
El anexo de Querapi parece sacado de un cuento de Juan Rulfo. Empequeñecido aún más por su cercanía al volcán, lo conforman apenas una veintena de casas dispersas alrededor de una plaza de Armas que tiene dos –digamos– monumentos: una pileta sin agua y un volcán de un metro de alto, hecho con fibra de vidrio y alrededor del cual se colocaron piedras que alguna vez escupió el Ubinas. Es un pueblo semivacío, silencioso y a lo largo del día solo se escu- cha a los ocho alumnos de la escuela. El resto de poblado- res se encuentra en su chacra. Otros, la mayoría, ya no viven aquí, se fueron, decidieron que vivir bajo un volcán no era una opción, así que dejaron encargadas sus tierras a otros pobladores.
Sin embargo, estos poblado- res figuran en los padrones y, por lo tanto, exigen también los beneficios ante una even- tual reubicación. Y esto ha en- trampado todo. “En Querapi hay apenas 15 o 20 familias, pero ellos aseguran que son 125. Y si todos no son acogi- dos, entonces no se quieren reubicar”, explica José Luis Peralta, jefe del Centro de Operaciones de Emergencias del Gobierno Regional de Mo- quegua.
CONFIANZA PERDIDA
Según Peralta, el albergue temporal fue construido por la alerta de las autoridades respecto de una posible erupción. Aclara que si los pobladores de Querapi no quieren trasladarse, entonces el Mi- nisterio Público tendrá que intervenir.
Aunque más allá de padrones y planes de reubicación, este es también un problema de confianza. “Yo ya no me voy a mover”, dice Gregorio Ancco (71), el poblador más antiguo de Querapi. Cuando Gregorio se instaló en estas tierras no había nada, literalmente, apenas una chacra y una trocha destruida. Y un volcán que atraía y amenazaba al mismo tiempo. “Ya una vez nos reubicaron, pero luego el Gobierno Regional nos quitó el apoyo. Ahora este es un anexo olvidado. Yo prefiero quedarme”. Como en un rela- to de Rulfo, aquí las ánimas penan todavía vivas.