Investigó, compiló ensayos ajenos y escribió los suyos en “El miedo en el Perú. Siglos XVI al XX” (PUCP, 2005). Debido a que ha estudiado cómo sobrevivimos a terremotos, piratas y revueltas, le preguntamos si esa historia resiliente nos servirá en este trance ante el COVID-19.
— ¿En medio de una pandemia y una panfobia que ataca a todo el mundo, ves algunas particularidades enraizadas en nuestra historia?
Más son los aspectos comunes, pero cada país y cada región tienen sus particularidades. El miedo es a una amenaza identificable, que se propaga con eficacia y se esconde por un lapso prolongado, lo que lo convierte en enemigo invisible y potente. El Perú ha tenido ya una historia de epidemias, y el dengue es la última, pero es focalizada.
— No toca a las élites.
Efectivamente, por eso muchos la ven con distancia. Así fue con este virus cuando apareció en Wuhan, se pensó que no nos podía alcanzar. Incluso cuando llega a Europa, lo seguimos viendo con lejanía. Carlo Ginzburg, el historiador italiano, decía que nos falta ‘imaginación moral’ para situarnos en la piel de otro.
— Los españoles diseminaron enfermedades que causaron estragos. ¿Por qué esa historia no está tan presente en la enseñanza escolar?
Está el libro importante de Noble David Cook [“Demographic Collapse. Indian Peru 1520-1620”, Cambridge, 1981], que trata de calcular el impacto demográfico de esas epidemias, no solo al momento del contacto con los indígenas, sino a lo largo del siglo XVI. Efectivamente, falta en la formación escolar. No se puede explicar la conquista sin incluir el colapso demográfico que alcanzó tanto a la población hatun runa como a sectores altos. Huayna Cápac probablemente murió de viruela. Nos falta sensibilidad para hablar de epidemias. Marcos Cueto escribió un artículo sobre como en los años 80 se empezó a ahorrar en salud pública, y no solo en el Perú.
— ¿Hay otros momentos en nuestra historia donde una epidemia u otra desgracia conmocionen a la población y esta se aferre a la autoridad?
Cuando se han dado las pestes, el rol del Estado cobra importancia. Ahora, el Estado está de vuelta, porque es el que tiene que coordinar la política sanitaria. Hoy recobra peso el estado de bienestar en Europa, por las políticas que tiene que diseñar.
— ¿Y ese regreso del Estado, si uno mira la popularidad de Vizcarra, puede implicar un caudillismo?
Sí, pero veo positivamente que haya un liderazgo y se actúe de manera rápida. Aquí hay un temor al caudillismo porque nuestra historia está plagada de caudillos, pero en realidad en una coyuntura crítica como esta, Vizcarra o cualquier otro jefe del Estado debe tener un papel muy proactivo. Lo veo transitorio.
— En “El miedo en el Perú” dices que el miedo a la revuelta popular es parte de nuestra historia. ¿Ese miedo se puede activar ahora?
Con tanta informalidad y gente que vive al día, pedirles quedarse en su casa es llevar a un extremo. Un gran temor que atraviesa la historia del Perú es el miedo a los movimientos sociales, a cualquier grupo que pueda levantarse. Actualmente, hemos visto motines en las cárceles, no solo acá sino en Brasil e Italia, pero muy focalizados. El norte y Loreto están desacatando el aislamiento. Pero ahora es más fuerte el temor a la enfermedad que ese otro temor. El bandidaje, el saqueo, son una amenaza latente. Las autoridades tienen que manejar eso.
— Junto a esa amenaza está el aplauso a las fuerzas del orden. El capitán Christian Cueva, quien abofeteó a un muchacho, es héroe para algunos. ¿No hay ahí una nostalgia autoritaria?
En el Perú hay una fuerte tradición autoritaria y caudillista. El miedo a la anarquía, al caos, en el siglo XIX generó el querer que apareciera un caudillo, un padre de la patria, un presidente autoritario que pusiera las cosas en orden. En este contexto crítico, por eso hay apoyo a las fuerzas del orden. Pero, con el pasado reciente y la lucha con el terrorismo, las FF.AA. deben tener mucho cuidado de no cometer actos que puedan verse como excesos.
— Una de las imágenes del combate es la enfermera o el doctor, no el soldado que va a la guerra como antaño.
Es la primera línea de contención, quienes combaten el virus. También se revaloran la ciencia, la tecnología, la medicina. Los anticiencia van a ser severamente cuestionados por las decisiones que estaban tomando. Las epidemias a lo largo de la historia generan un temor al contagio que, en realidad, revela un miedo más profundo, que es el miedo a la muerte. Por un lado, puede generar comportamientos solidarios, de comunidad, heroicos como el sacerdote italiano que cede su respirador a un chico; pero también comportamientos bizarros, como la alcaldesa de Guayaquil, que manda carros a bloquear la pista del aeropuerto para evitar que vuelos aterricen.
— Pregunta final y simple para una historiadora: ¿saldremos de esta como hemos salido de otras?
Los años 80 y 90 fueron bastante críticos. Cuando se ve, a pesar de todos los problemas que tiene el país, el crecimiento y los logros alcanzados, es un contraste fuerte. En ese momento de crisis económica, inflación, violencia, fractura del país, parecía muy difícil recuperarnos, pero vinieron tiempos mejores. No es una ley, pero la evolución de las crisis es así: depresión, después recuperación, ascenso, son como ciclos. Este no es un problema nacional sino global, va a ser un punto de inflexión. Más adelante se verá como el momento en que empezó realmente el siglo XXI, porque va a traer cambios muy profundos de todo orden, económico, social, cultural. Con todas las medidas que se están tomando, no me queda duda de que vamos a salir de esta.