Su investidura, el código, el artículo X y el inciso J; todo lo llama a ser ceremonioso. Y lo es cuando se codea con ilustres jurisconsultos y manchapapeles. Ha juramentado a muchos y le han impuesto medallas y honoris causa. Uno de estos honores, de la Universidad César Vallejo, la de Acuña, le sabe más a lastre que a laurel. Con Alas Peruanas hizo un viaje por el que tuvo que dar explicaciones. Gajes de la judicatura suprema y su media sonrisa hacia los otros poderes del Perú.
Pero Pancho Távara tiene sus fueros íntimos e inapelables. Sus raíces están en la serranía de Piura, en el pueblo de Frías, provincia de Ayabaca. La ruta hacia la Corte Suprema (fue cabeza del Poder Judicial entre el 2007 y el 2009) y al Jurado Nacional de Elecciones (lo ha presidido desde el 2012 hasta el viernes último) fue bastante esforzada: “Mis primeras letras las estudié en una escuela rural. Mi madre, Esther, era la maestra. Mis compañeros eran campesinos sin zapatos o con ojotas; el único que tenía zapatitos era yo. Había la famosa ‘letra con sangre entra’. Y mi madre para que no crean que a sus hijos los pasaba por agua tibia, nos daba más duro. Terminé la secundaria en Chulucanas. Soy producto de la educación pública”.
Se hizo abogado en Trujillo y allí se le metió la idea de la judicatura. “Nunca he sido aprista pero conocí a Guillermo Larco Cox, premier en el primer gobierno de Alan García. Me preguntó si quería ser juez, le dije ‘me guardo para la Corte Suprema’, y se rio”. Pasaron los años y entró directo a la última instancia. Luego de ser cabeza del PJ, le tentó la judicatura electoral. Antes de que lo pique con los revuelos y exclusiones que nos tuvieron en ascuas, me dice: “Confieso que es una irresponsabilidad que vaya un juez supremo de un día para otro al JNE. Cuando llegué estaba la famosa revocatoria de Susana Villarán y la verdad es que uno va a aprender”. A confesión de juez, relevo de juicio.
—Ay, los morados—La exclusión de Julio Guzmán cambió, quién sabe cuánto, la historia del Perú. Távara no estuvo de acuerdo y perdió 2 a 3. ¿Realmente la peleó?: “Éramos 5 magistrados y cada uno decide de acuerdo a los hechos. No hubo un cambio repentino, preocupante, en ninguno. Por ratos subíamos el tono. Quien me acompañaba en el voto minoritario y yo éramos principistas”. ¿Qué principio privilegiaban? “El principio de optimizar el derecho de participación política”. La exclusión de Guzmán no hubiera sido posible sin la de Acuña. Y allí sí estuvo de acuerdo. “Había una campaña en contra de este ciudadano y decían que era supuestamente protector de Acuña. Era falso, aunque sí lo conocía. Quisimos que se aplace la ley, pero igual entró en vigencia. La infracción era flagrante, no había otra forma que excluirlo. He perdido una amistad”. Le cuento que Rodrigo Barrenechea, politólogo y acuñólogo, me dijo: “El JNE salvó a Acuña de sí mismo”. Asiente: “La expresión tiene contenido, ah. Pero no es aceptada por el señor del que hablamos. Todavía cree que se le cortaron las posibilidades”. Claro que recibió presiones pero no quiere describirlas. Insisto y se anima con una: “Una misión de observadores importante me pidió que difiera la decisión hasta después de tener una conversación con ellos. Yo dije, esto no es misión, ya es intromisión, así que hoy día resolvemos. Luego cuando tuvimos la entrevista, vinieron con la pata en alto, pero les explicamos y cambiaron completamente. A veces, nos miran como república bananera, pero no lo somos”.
—El juez costumbrista—Távara colecciona memorabilia vallejiana y escribe una tesis sobre Vallejo y el derecho. Invoca citas como “la justicia está detrás de los tintóreos espejuelos de los jueces” y “nadie es delincuente nunca o todos somos delincuentes siempre”. Y recita, de “Los dados eternos”: “Dios mío, si tú hubieras sido hombre hoy supieras ser Dios; pero tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. ¡Y el hombre sí te sufre, el Dios es él!”.
Si él invoca a Vallejo, yo invoco aquella frase anónima que dice que Kafka, en el Perú, hubiera sido un autor costumbrista. Y, agrego, que nuestros jueces son tan enrevesados que resultan costumbristas. Y él replica: “Kafka tuvo mucha imaginación y vida corta, y si conocemos su obra es porque su amigo Max Brod no destruyó sus manuscritos como este se lo pidió”. Y hablamos de la amistad y los sentimientos que no podemos aislar de las sentencias, aunque, por principio, sí lo están.
Esta charla se dio antes de saber que Ramiro de Valdivia sería cabeza del PJ, pero Távara acepta que, para tal cargo, “las votaciones deben ser a mano alzada, y la reforma judicial tiene que involucrar a la sociedad”. Cuando se le pregunta por el fin supremo del derecho, responde que, por definición, es la justicia; pero resalta la reflexión de Hans Kelsen, sobre la necesidad de actualizar siempre tal pregunta, cuya respuesta apunta a la libertad, o sea, a la democracia.
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