—¿Cómo se siente con este nuevo reto?Es muy bonito que al final de una carrera –más de 50 años desde que ingresé a la cancillería–, uno tenga la oportunidad de retribuir a su institución lo que ha recibido de ella y hacerlo con los jóvenes que van a ser los futuros diplomáticos y con los diplomáticos actuales, porque la academia también da cursos. Estoy muy contento. He sido profesor en la Academia Diplomática desde muy joven, cuando era primer secretario.
—Le gustan las aulas.Siempre me ha gustado enseñar. Egresé en 1967 de la academia. Y he tenido contacto muy frecuente con la academia siendo profesor. Incluso cuando era canciller seguía enseñando.
—¿Después del litigio en La Haya me comentó que quería disfrutar de la familia, de sus hobbies, estudiar. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión?La vida lo lleva a uno por muchos senderos. A la familia sí procuro darle el mayor tiempo que pueda, pero se presentaron estas oportunidades. Primero la de ser miembro del directorio de la Universidad San Ignacio de Loyola. Raúl Diez Canseco me había comprometido para que, cuando dejara el cargo de agente del Perú ante la corte de La Haya, me incorporara al directorio de la universidad y presidiera el consejo consultivo. Luego surgió lo de la Academia Diplomática, con lo cual no hay nada escrito. Dicen que Dios escribe en reglones torcidos, y en realidad uno puede proponerse cosas y finalmente la vida le va planteando sus propias opciones.
—¿Y qué cambios hará?Nunca he tenido complejo de Adán. No entro en un sitio a reformarlo de inmediato. Cuando tomo un cargo primero busco informarme a plenitud sobre cómo está funcionando. En este caso en la parte académica y administrativa. La academia diplomática realiza una labor muy amplia: la maestría que se dicta a los postulantes que van a ser funcionarios diplomáticos, si la aprueban, pero además en coordinación con la cancillería dicta cursos de especialización a los funcionarios en el servicio. En este momento hay más de 500 inscritos. También cursos que se dictan para terceros
—¿Qué le gustaría transmitirle a las nuevas generaciones?Voy a formar un equipo de trabajo y ver de qué manera se puede actualizar la malla curricular. Si algo caracteriza a las relaciones internacionales es el cambio, no la continuidad, y es vertiginoso en lo político, económico, cultural, social. Hay que ser capaces de comprender ese cambio, conectarse con él y formarse para poder actuar en esas relaciones internacionales tan cambiantes. Tengo además una preocupación por el hecho de que los alumnos que ingresan a la academia son bachilleres de diversas carreras. Hay que lograr cierta nivelación entre ellos para que en los cursos más fuertes todos puedan tener una base que les permita abordarlos en profundidad.
—¿Adónde orientar la especialización: bilateral, multilateral, comercial...?Lo primero es darle al futuro diplomático la formación académica y teórica básica que le permita comprender la evolución de las relaciones internaciones, y eso significa profundizar en áreas del derecho, ciencias políticas, relaciones internacionales, economía internacional y, naturalmente, mucha historia diplomática. Eso como cursos formativos. Luego están los cursos más de especialización dentro de los cuales están los que usted menciona, que tienen que ver con los temas relevantes de la agenda internacional.
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