Les dicen pitufos. Son candidatos tan pequeños que las encuestas suelen agruparlos a todos juntos en un cajón de sastre donde entran los postulantes a la presidencia sin esperanza de ganar.
Pero eventualmente uno de ellos logra destacar por su nombre propio, amenazar a los grandes y, con el tiempo, crecer hasta convertirse en un serio contendor en las urnas. En nuestra historia electoral hay algunos casos. Aún tendremos que esperar al final de las elecciones 2016 para saber si habrá un candidato sorpresa.
Alberto Fujimori vs. Mario Vargas Llosa Hasta el 11 de marzo de 1990, a 28 días de las elecciones, Alberto Fujimori figuraba en el rubro “Otros” de todas las encuestas. Para los electores era un candidato extraño: descendiente de japoneses que aparecía cada tanto sobre un tractor hablando con un dudoso español.
Parecía que Fujimori no podría hacer nada ante la potente maquinaria propagandística del Fredemo de Vargas Llosa. Era el hijo de un partido minúsculo sin ideología en el que recalaron pequeños industriales, comerciantes y microempresarios informales, pero también profesionales y pastores evangélicos.
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La mayor preocupación del Fredemo era evitar la segunda vuelta. Aparentemente, el único rival peligroso era Luis Alva Castro, postulante del Partido Aprista, quien tenía como misión conseguir que los electores olviden el gobierno de Alan García. La izquierda se encontraba entonces dividida entre Alfonso Barrantes y Henry Pease.
La prensa lo llamó tsunami. Tres semanas antes de la votación, Alberto Fujimori dejó de ser “otro” y se convirtió en una la alternativa contra el shock económico que proponía Vargas Llosa para salir de la crisis economía.
Según el libro “Elecciones 1990: Demonios y redentores en el nuevo Perú” de Carlos Iván Degregori y Romeo Grompone, Fujimori era “el chinito” que reivindicaba a “los cholitos” contra los “pitucos”. Y acabó entrando por los palos a la segunda vuelta: 24,6% frente al 27,6% del Fredemo. Lo demás es historia conocida.
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Toledo desafía a Fujimori A inicios del año 2000 la candidatura de Alejandro Toledo no despegaba. El candidato que habría de enfrentarse al gobierno de Alberto Fujimori era, para agosto de 1999, un economista que había fracasado en la aventura de participar en las elecciones de 1995.
Nadie lo veía: todo el mundo estaba pendiente de si Alberto Andrade o Luis Castañeda podrían tumbar a un Fujimori que –aun con un gobierno desgastado por los escándalos y la ilegal segunda reelección– parecía gozar de aprobación popular. Al menos, eso decían las encuestas.
A medida que Andrade y Castañeda fueron derrumbándose a punta de titulares en los diarios chicha, los votos antifujimoristas acabaron beneficiando a Toledo.
Su historia era la del éxito de un niño salido de la empobrecida ciudad de Cabana (Áncash), que fue lustrabotas y llegó, gracias a su esfuerzo y perseverancia, a dictar clases de Economía en la prestigiosa Harvard.
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Toledo tuvo una gran conexión con el electorado también porque, tras su ascenso en las encuestas, se erigió como una figura de oposición que contaba con el apoyo de los demás candidatos.
Llegó a segunda vuelta con el 40,2% de los votos frente a los 49,9% de Fujimori. Luego acusó fraude, intentó renunciar a la elección y hasta pidió a sus simpatizantes viciar sus votos. Fujimori ganó, pero tras la caída del régimen, Toledo se erigió como el nuevo caudillo en las presidenciales del 2001.
Humala, el outsider Sus credenciales decían que había alcanzado la amnistía por alzarse en armas contra Fujimori. Era un soldado que abandonó las armas y no quiso seguir los pasos de su hermano mayor, que un día asaltar una comisaría de Andahuaylas. Él prefirió la vida política para mostrarse como el candidato que se oponía al sistema.
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Con polo rojo y un discurso lacerante contra los partidos políticos tradicionales, Ollanta Humala empezó a alcanzar popularidad. En diciembre del 2005 apareció en las encuestas con un 13%. Antes de eso estuvo condenado a la casilla de “Otros”.
Con la caída en los sondeos de Lourdes Flores, el comandante en retiro del Ejército fue escalando y ganó la primera vuelta con 30,7%. Su rival electoral, Alan García, consiguió el 24% de las preferencias.
Ollanta Humala perdió el balotaje por los temores de que el Perú podía convertirse en un apéndice de la Venezuela de Hugo Chávez. García capitalizó los miedos y volvió a Palacio de Gobierno después de 16 años.
Los causas de PPK Con Ollanta Humala en un cómodo primer lugar en la campaña del 2011, Keiko Fujimori, Alejandro Toledo y Luis Castañeda luchaban por conseguir un boleto para la segunda vuelta.
A poco más de un mes del día de la votación, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) tenía un escuálido 5% e intentaba convencer a los electores a ritmo de flauta y con un cuy como mascota.
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PPK se dirigía con sonrisa rígida a sus 'PPKausas', simpatizantes con algunos rasgos comunes: jóvenes de pensamiento liberal, desencantados de los políticos y que veían con simpatía a ese hombre mayor.
Con ellos a su lado, el ex primer ministro Toledo logró convertirse en una seria amenaza para quienes disputaban los primeros puestos. Terminó la elección en tercer lugar. Kuczynski se la lanzado nuevamente al ruedo electoral para los comicios del 2016.
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César Acuña, el Kennedy del norte, por Enrique Pasquel (@enrique_pasquel) ► https://t.co/1bcB6mWxhJ pic.twitter.com/8T5EbrFsqQ— Política El Comercio (@Politica_ECpe) noviembre 12, 2015