Tiene todos los perfiles para quedarse en su sitio, el nunca bien ponderado Ministerio del Interior. ¿Qué pone en el cuadrito de ‘ocupación’ en los formularios? “Sociólogo, es mi grado mayor, doctorado”, me responde, y así lo puedo ponderar: Seguro al hablar de inseguridad, amigable y coloquial –le encanta saborear la jerga ‘canera’– pero sin perder el afán de la cita académica, celoso de su vida personal (en su CV no dice que este miércoles cumplirá 50 años). Le cuesta abandonar el tono del ‘profe’ que primero se escucha a sí mismo para luego proyectar lo que sabe.
“Cuando era feliz, o sea, antes de entrar al INPE [ríe al recordar que ha dirigido las cárceles del país entre el 2011 y el pasado 17 de febrero, día en que juró como ministro del Interior], hacía docencia y servía a la Iglesia”, me dice cuando intento llevar la conversación al pasado. Pero la religión no es una nostalgia, está presente. Esta Semana Santa le toca predicar: “Me ha invitado una parroquia a dar la segunda palabra. ‘De cierto te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso’, pronunció Cristo en la cruz, ante el ladrón bueno y el ladrón malo crucificados a su lado. Pero yo voy a explicar que Dimas y Gestas, los dos, son ladrones malos, solo que Dimas se convierte”.
En esa ‘palabra parábola’, se resume su fascinación por estudiar a los criminales y no perder la esperanza de convertirlos. Total, para eso debe servir, en teoría, el sistema penitenciario que ha rondado la mitad de su vida. Pero se resiste a llamar ‘fascinación’ a su vínculo con las prisiones. Para convencerlo de que la palabra es pertinente, le recuerdo que lo encontré en el Festival de Cine de Lima, buscando en qué sala pasaban “Come il vento” (biografía de Armida Miserere, directora de una prisión siciliana). Junto a un colega cinéfilo, nos agarramos los tres en una apasionada charla sobre películas carcelarias. Claro que está chiflado por las cárceles. En buena hora.
Ya en confianza, le pregunto cuándo empezó su inclinación por estudiar el mal. “Cuando hace 29 años llegué a Lurigancho y vi cinco mil presos, sin policía, organizados por sí mismos. Era una realidad antropológicamente fascinante, tan distinta a la mía, acostumbrado a mi parroquia en Miraflores. Me chocó y me atrajo. Fui a Chile a estudiar Sociología y decidí hacer mi tesis sobre la cárcel. Sí, fascinación, pero más comprensión, entendimiento del otro. Por eso digo que hay que pensar como delincuente: yo entro a un banco y me pongo a ver por dónde van a entrar a robar, cómo tirarme al piso. Eso tiene que hacer la policía, pensar así para adelantarse y prevenir”. Pérez Guadalupe riza el rizo: conocerlos encerrados sirve hoy para conocer, desde el sector Interior, lo que son capaces de hacer cuando están sueltos.
LA VIOLENCIA ES UN FINHace 21 años, Pérez Guadalupe publicó “Faites y atorrantes”, un libro influyente en el estudio de las cárceles en la región. Recientemente, colaboró con “¿Quiénes son delincuentes en el Perú y por qué?”, libro de Gino Costa basado en una encuesta a presidiarios. ¿Cómo ha evolucionado el delito, cómo hemos involucionado cómo sociedad? “Cuando entré a Lurigancho hace 29 años, había una delincuencia básicamente contra el patrimonio y de sectores bajos. Los pobres eran los ladrones. Aunque eso es una falsedad, ya Edward Sutherland lo dijo en su libro ‘Delincuencia de cuello blanco’ (1949). Pero sí es cierto que ahora la delincuencia es más diversa, su nivel social promedio es más alto, hay menos cogotero con cuchillo y más raquetero con pistola, que se desplaza por la ciudad, porque el crimen tiene movilidad. Hay una violentización de la sociedad. Antes la violencia era un medio, ahora es un fin. Te matan y te roban. Somos una sociedad enferma, solo 40% son delitos contra el patrimonio que son los que generan el 100% de la percepción de la inseguridad, un 25% es narcotráfico y un 21% son delitos contra la libertad sexual, el índice más alto de la región”.
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