“¿Por qué tras más de 15 años de libre competencia política no existe ningún proyecto de formación partidaria exitoso en el Perú?”. Esa es la pregunta que Steve Levitsky y Mauricio Zavaleta intentan responder en un artículo publicado originalmente en el 2016.
Traducido, y con un breve estudio introductorio, el trabajo acaba de aparecer como libro (Planeta 2019). Un texto esencial para quienes busquen entender las raíces y particularidades de nuestra precariedad partidaria.
Los autores responden esta pregunta apuntando a dos factores. Primero, tras el colapso de fines de los ochenta, los políticos peruanos se quedaron sin recursos para construir partidos. La hiperinflación y la violencia política destrozaron a nuestros partidos, dejándolos sin recursos materiales y organizativos.
Pero también sin “recursos” ideológicos: los autores sostienen que no hay divisiones sociales lo suficientemente fuertes como para ser politizadas y construir organización en base a ellas.
El segundo factor apunta a las razones por las que a la gran mayoría de políticos a nivel nacional y local no le interesa construir partidos o serles fiel. En este nuevo mundo sin partidos hay pocos incentivos para asociarse.
El partido no puede ofrecer casi nada a un candidato, pues su marca está desprestigiada y no tiene recursos. Los políticos más bien tienen a su disposición una serie de estrategias que les permiten ser elegidos sin embarcarse en el costoso proceso de construir partidos.
Por ejemplo, basta asociarse a un candidato competitivo que sirva de locomotora para ganar. Y cuando la locomotora vieja ya no sirve, es sencillo buscar una nueva para la siguiente elección.
Las organizaciones regionales, además, son fáciles de crear, controlar y desechar. ¿Para qué subordinarme a un partido que no me aporta nada si puedo tener mi propio vehículo? Una vez pasada la elección, hay poquísimos incentivos para que estos políticos sigan juntos y construyan organizaciones.
Considero que en el país sí hay más divisiones sociales que las reconocidas por los autores. De hecho, ciertas continuidades territoriales y sociales en el tipo de voto que vemos desde el 2000 muestran esas divisiones esperando ser politizadas. Los otros factores son los que explicarían, más bien, por qué es muy difícil que estas divisiones se politicen y surjan organizaciones en base a ellas.
Más allá de esa diferencia, el libro nos ofrece un excelente diagnóstico. Un diagnóstico muy problemático para nuestra democracia. Los partidos no son siempre buenos para una sociedad. La experiencia en América Latina muestra muchos partidos exitosos en términos electorales que son, a la vez, corruptos y clientelistas. Pero la misma experiencia también enseña que reformas positivas se han hecho de la mano de partidos que construyen confianza y movilizan.
El Perú nos muestra lo que le podría esperar a otras sociedades, donde la debilidad partidaria ya es evidente. Un mundo de agentes libres, sin proyectos colectivos, y donde quienes tienen recursos y pocas convicciones son más exitosos, pues el sistema los premia. Comenzar a enfrentar el problema pasa por reconocer los fuertes determinantes detrás de nuestro desmadre partidario.