Aunque con antecedentes, en el 2011 se inició en el Perú un ciclo de reformas educativas. Destacan la ley de reforma magisterial en el 2012, la ley universitaria en el 2014 y la reforma curricular en el 2016. Todas ellas se sostuvieron, aunque con particularidades, por los nueve ministros y ministras que condujimos el sector durante los últimos diez años. Durante el primer año del primer presidente maestro del país, la situación cambió.
El gobierno inició con una declaratoria de emergencia, un acto más simbólico que real. Continuó con constantes discursos sobre la descentralización educativa sin nuevas normas que la fortalezcan. Terminó buscando “democratizar” la Derrama Magisterial, que no es otra cosa que facilitar el ingreso de la Fenate, su sindicato. Con discursos más parecidos a campaña que a gestión, una retórica educativa marcó este primer año.
El desinterés acompañó a la retórica. Los intentos por debilitar algunos componentes de las reformas, como la meritocracia en el desarrollo de los docentes, no solo no han logrado concretarse, sino que no se han planteado alternativas. Junto con el desinterés en la gestión, está el desinterés expresado en una falta del liderazgo frente a los embates cometidos por el Congreso en contra de la educación, como la imposibilidad de ordenar a su bancada frente a la contrarreforma universitaria o la inacción frente a la participación de ciertos grupos de padres de familia en los temas curriculares.
Luego de la pandemia, la agenda educativa debe construirse sobre la base de una estrategia para atender la educación en zonas rurales con programas focalizados y presupuestos diferenciados, de una política docente integral que reconozca el trabajo realizado, fortalezca su formación y prevea su desarrollo profesional, y de la puesta en marcha de la nueva organización y funciones del Ministerio de Educación para fortalecer la educación superior, luego de creado el Viceministerio de Educación Superior. La agenda de este año fue mínima e inercial. En el mejor de los casos, el sector siguió funcionando en modo automático.
Este primer año ha transitado, entonces, entre una retórica de la educación basada en el “gobierno de los docentes” y el desinterés por las reformas, a las que debilita sin alternativa de cambio.
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