Recuerdo haber escrito hace algo más de un año que la trifulca política permanente en la que había devenido la política peruana parecía un mecanismo psicosocial colectivo para no tener que pensar en la solución de los problemas de fondo. Lo atribuí a pura flojera mental o a un mecanismo de evasión: del lado de los espectadores y de los medios, mucho más entretenido es el espectáculo de los insultos y las denuncias; y del lado de los actores, es mucho más fácil dedicarse a un juego de ataques y respuestas sine fine que sentarse a estudiar los problemas y construir propuestas de solución y menos aun acordar un pacto para llevar a cabo grandes reformas. El juego es sencillo porque se retroalimenta a sí mismo y no requiere ejercicio de la voluntad, sino solo de la susceptibilidad, el encono y el apetito de poder. Refleja la debilidad intelectual de la clase política y el dirigente nacional.
Pero en el último año este juego estéril y suicida –porque convoca al ‘outsider’– se ha degradado aun más, no solo con el aporte inaudito de los tuits desenfrenados de Urresti, que superan a los de Cateriano (aunque en los últimos días ambos han sido saludablemente desactivados por la primera ministra), sino con la utilización impune de los servicios de inteligencia para el espionaje político a adversarios, e incluso a facciones internas. No es casualidad que ambas manifestaciones coincidan en el tiempo: debe ser imposible resistirse a la tentación gozosa de volcar a los tuits la información de los ‘dossiers’ de los políticos que los servicios de inteligencia producen. Incluso datos íntimos. Es lo que hemos visto.
Por eso, no deja de ser irónico que uno de los principales blancos de los tuits-bala de ambos ministros haya sido el antecedente montesinista de los fujimoristas, cuando esos tuits se disparan desde un instrumental y una lógica precisamente montesinista. En general, utilizar los recursos del gobierno para atacar a la oposición, o sencillamente atacarla desde el gobierno, es lo que hacen los regímenes autoritarios, desde Fujimori hasta Chávez y Maduro. Es posible que se trate de un engranaje supérstite de la gran transformación, que ha quedado fuera de contexto, girando en el vacío.
Aunque quien primero disparó –como respuesta a la megacomisión investigadora, es cierto– fue García, en ocasiones de manera irrespetuosa. Por eso, el primer punto del diálogo de este lunes, que ojalá se realice, debe ser un cese del fuego, poner fin a este pleito ridículo y dejarlo para la lucha electoral entre los candidatos a partir de noviembre o diciembre. Ya es hora de salir del hueco negro de finales de los 90 que sigue jalando a todos y terminar de recoger los pasos de Montesinos, lo que exige un acuerdo para fortalecer la investigación de la fiscalía sobre los reglajes y ‘chuponeos’ a políticos, periodistas y empresas, hasta acabar con las remanencias del SIN. Mientras tanto, regresar a los temas mismos. El principal es qué medidas y reformas debemos adoptar para recuperar el crecimiento acelerado. Nada más.