La señora Nadine Heredia, “Primera Dama de la Nación” (como ella se hace llamar), se ha colocado sobre la ley, sobre la Constitución, sobre los poderes del Estado y sobre las competencias de su propio esposo, el presidente Ollanta Humala.
Por desgracia todos estos elementos del sistema democrático peruano, sumidos en vergonzosa impotencia, apenas pueden reaccionar a un estado sobrenatural de ejercicio del poder como este, intocable, casi divino, que no habíamos conocido antes en el país y que ya no se conoce ni en las monarquías más rancias del planeta.
En efecto, las monarquías constitucionales establecen una perfecta subordinación de reyes, reinas y príncipes a la ley, a los tribunales de justicia y a sus respectivas cartas fundacionales. Se reservan para sí las jefaturas de Estado, pero dentro de la ley, no fuera de la ley. En torno al rey o a la reina se une su pueblo mientras los políticos pueden dividirse en torno al Gobierno y al Legislativo, que provienen de un mandato popular.
Todo rastro de divinidad o de deidad terrenal, de carne y hueso, ha sido pues borrado de los anacrónicos sistemas políticos del mundo, incluidos los confesionales. Excepto de regímenes dictatoriales como el de Corea del Norte, donde Kim Jong-un es considerado más que un dios, o el de Venezuela, donde un pajarito (que nadie ha visto) posado en uno de los hombros de Nicolás Maduro, encarna, con sus aleteos y trinos, el alma divina de Hugo Chávez.
Ser solo la cónyuge del presidente (sin funciones de Estado adicionales a las de primera dama) no le otorga a la señora Heredia derechos de gobierno o cogobierno, ni carácter de ciudadanía superior a la común ni condición de excepción para negarse a ser investigada. Claro que la vemos comparecer ante fiscales y congresistas, pero prácticamente forzada por una resolución del Tribunal Constitucional que ella y su esposo rechazan.
Pensamos que el presidente Humala y la primera dama se han equivocado de milenio. Creen vivir en el Egipto de las pirámides, cuando las mujeres de los faraones eran deidades con tanto a más poder que sus maridos. Deidades sin duda intocables, como cuatro mil años después pretende ser la señora Heredia en el Perú, rodeada de sacerdotes y sacerdotisas que le rinden culto a su impunidad.
Que Humala y Heredia se equivoquen de milenio, quieran vivir como el divino Claudio de Roma o la divina Nefertiti de Egipto, o aspiren a un lugar de inmortalidad en el Olimpo no debiera importarnos en absoluto. Otra cosa es que el Estado Peruano, con su Constitución y sus leyes, con sus poderes públicos, con sus dignatarios elegidos y sus magistrados reconocidos, caiga, impotente, a los pies de este insólito reino de usurpación de los destinos de un país que parece haber perdido sus mecanismos de defensa como República.
Es realmente triste saberlo: se nos ha dado a escoger a los peruanos, dramáticamente, entre la divina Nadine Heredia y el Estado de derecho.
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#VIDEOS: @NadineHeredia y todas las veces que se refirió a sus agendas ► https://t.co/QarmAX4ALy pic.twitter.com/ARAh7dZOxC— Política El Comercio (@Politica_ECpe) noviembre 14, 2015