Carlos Meléndez ha hecho notar que en ningún otro país latinoamericano se discuten los resultados del reciente plebiscito colombiano como en el Perú. Para los peruanos, que sufrimos el embate sangriento de Sendero Luminoso, es difícil entender un acuerdo de paz con las FARC que diera tantas facilidades y privilegios. Sendero siempre careció de toda legitimidad: aunque la izquierda discrepara con Sendero solo sobre la “oportunidad” de iniciar la lucha armada, la verdad es que la pobreza o la desigualdad nunca justificaron el asesinato como arma política. El ataque letal y planificado al Estado y a la sociedad se originó no en las condiciones sociales sino en la ideología de muerte del marxismo-leninismo-maoísmo. Las FARC también eran marxistas (castristas), pero el origen de la violencia en Colombia es complejo y tiene raíces históricas más profundas.
Existen otros elementos que movilizan reacciones al acuerdo de paz colombiano: hay un cierto paralelismo entre el fujimorismo y el uribismo, aunque con diferencias interesantes. Fujimori derrotó al senderismo, Uribe debilitó apreciablemente a las FARC, aunque no las liquidó. Ambos apelaron a una estrategia no tan distinta: inteligencia, alianza con los campesinos, rondas campesinas armadas, recompensas por las delaciones. Estrategias inteligentes, eficaces y relativamente “limpias” (pese a una supuesta alianza de Uribe con los paramilitares, a la postre desmovilizados por él, y al grupo Colina, que fue marginal a la estrategia central).
No obstante, Fujimori terminó condenado a 25 años por violaciones de derechos humanos mientras que Uribe, más bien, logró conquistar en el imaginario social la aprobación a su estrategia de “seguridad democrática”, una de las bases del triunfo del No. El fujimorismo, en cambio, no logró convertir en relato social su exitosa estrategia de inteligencia policial y alianza con los campesinos, que no suponía violación de derechos humanos sino todo lo contrario, aunque en los sectores populares sí se le recuerde por esa alianza.
Pero el triunfo de Fujimori sobre el terrorismo le llevó a la trampa del autoritarismo y a una inconstitucional segunda reelección. Uribe tentó una segunda reelección, pero aceptó el mandato del Tribunal Constitucional que le dijo que no procedía. Aquí funcionó en parte la mayor institucionalidad democrática colombiana. Finalmente Uribe no era un ‘outsider’. Venía del Partido Liberal, uno de los dos grandes partidos colombianos.
Pero la victoria parcial sobre las FARC de todos modos cobró su factura: el sistema de partidos colombiano se desintegró. Uribe fundó su propia agrupación, el Centro Democrático, cuyo candidato, sea Carlos Iván Zuloaga o Iván Duque, probablemente gane el 2018. El fujimorismo, en cambio, inició la trayectoria opuesta: decidió institucionalizarse como partido, pero no logra aún persuadir a muchos acerca de su conversión democrática. Tendrá que hacerlo demostrándolo en los hechos desde una oposición constructiva e impulsando una reforma política que reinstitucionalice un sistema de partidos y una democracia funcional, si quiere ganar el 2021.
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